SI PREGUNTAN POR MÍ

por María Parra

Artículo aparecido en el suplemento Ababol

de La Verdad (Murcia)

el sábado 22-1-2022

SI PREGUNTAN POR BARAT…

Si preguntan por Barat, les dirás que es un tipo genial, inconfundible bajo su sombrero de ala ancha, que igual se lo enfunda para recitar, dramatizar, cantar o narrar. Y, además, les dirás que ha estado mucho tiempo desparramando sus conocimientos por las aulas murcianas hasta que se retiró a su Valencia natal a disfrutar plenamente de los días para, sin preocuparse del tiempo, dejar volar su imaginación y plasmar ese viaje en palabras que tanto seducen a los que nos embarcamos en la lectura de sus libros.

Les dirás, igualmente, que es un escritor tremendamente versátil que es capaz de modelar con igual maestría versos ligeros para los más jóvenes y otros más profundos para adultos, que es un ya experimentado escritor de relatos donde derrocha su creatividad para atrapar no solo a un público maduro, sino que además tiene la osadía de enganchar al público adolescente con la intriga de los acontecimientos.

Pero no olvides mencionar que, dentro de esta versatilidad, la última de sus producciones es una obra poética, presentada en Murcia hace unas semanas titulada “Si preguntan por mí”, que camina por la misma senda que todas sus producciones poéticas anteriores, la mayoría de las cuales vieron en esta tierra murciana su primera luz.

Pues bien, coméntales que esta última obra se inscribe, como las demás, en esa corriente de la “poesía de la experiencia” que, nacida en los años 80, reacciona contra una poesía inaccesible, escrita solo para regodeo de unos pocos y que, bajo un complejo artificio, apenas comunica nada a ese lector que se acerca a la poesía con intención de ser removido por ella en sus entrañas, de ser vapuleado en su alma.

Y que, a pesar de la diversidad temática de su nuevo libro, se trata de una obra vital con la que, desde la cúspide del tiempo, Barat hace un recorrido de su existencia acompañado de grandes poetas con un tono sereno y pausado que lo muestran en paz consigo mismo. Y es que la singularidad de este poemario consiste en que, en menos de las noventa páginas que lo componen, se da la brillante mezcla de una voz propia enmarcada entre las voces de los clásicos, con quienes comparte ese tema tan socorrido desde que el hombre es hombre como es el paso del tiempo en esa “rueda sinfónica” que nunca se detiene, pero no lo expresa de forma abstracta o filosófica, sino que se recrea en evocaciones de vivencias de la infancia o adolescencia, que muchas veces están protagonizadas por elementos cotidianos como el cine de verano o un algarrobo o los insectos descuartizados o un partido de fútbol o la evocación de los aromas de la infancia como el olor a estiércol en la huerta o el sabor de la leche recién ordeñada y tantos y tantos otros objetos o sensaciones que, aunque aparentemente parecen algo superficial o anecdótico, no se trata de una mezcolanza de cosas insignificantes, sino que son el mejor medio para profundizar en algo tan serio como es la brevedad de la vida o la irreversibilidad del paso del tiempo o la naturaleza de la condición humana o el sentido de la vida que “está hecha de sueños y de barro” como afirma en un maravilloso poema cuya protagonista es una jarra de barro que es testigo del paso de varias generaciones y que va conteniendo miel, mistela, vino o limonada con hielo machacado hasta que, después de esa larga historia, la nieta del autor la rompe y “al estrellarse contra el suelo/ el tiempo se hizo añicos”.

Pero no es el lamento de Barat un grito desgarrador o descorazonador, sino más bien un lamento suave, íntimo y hasta entrañable que hace cómplice al lector, especialmente al de su generación, al que llega a tocar el corazón si pasar por la piel, ya que se ve reflejado en muchas de esas vivencias y sensaciones.

Cada poema es una reflexión envuelta en un derroche de imágenes erizantes que nos reflejan a un poeta con un dominio envidiable de los recursos de este género y con una imaginación desbordada que provoca versos tan sabrosos como estos: “La luna resplandece/como una extraña oblea/ de luz vitrificada” o “Tiende al viento la tarde/su lencería azul”, versos para saborear con delectación con los ojos cerrados y el corazón abierto.

Pero no solo reina la individualidad del propio autor, por ser su historia, su narración, su verso, su sinceridad, sus sentimientos, su metaliteratura, su intertextualidad, las verdades de sus recuerdos entre versos pintados de coral, sino que también el amor tiene su hueco en esta obra, especialmente en la segunda de las cuatro partes del poemario, donde el poeta se deshace en amor deshojándose, pues como una bella melodía dedica con mimo a su mujer unos versos donde la define como “la razón sin porqué de mi existencia” con la que comparte un amor que, como ya apuntaba Quevedo, va a traspasar las fronteras de la muerte, pues va a poder hacerse visible hasta en los resultados de la autopsia del forense más insensible.

Ah, además, no dejes de aludir al hecho de que no solo el aire de Quevedo se respira en muchos de estos versos, también “la soledad amena” garcilasiana o “las oscuras golondrinas” de Bécquer o “el sol de la infancia” machadiano que puso en él la semilla de la poesía. Y es que Barat, por profesión y afición, como buen alfaverso que es, se ha empapado de los clásicos y no es ajeno a su influencia.

En definitiva, si preguntan por Barat, coméntales que su último poemario no deja al lector frío e indiferente, sino que provoca en él, a poco de sensibilidad que se posea, un “escalofrío” al contemplar con el poeta todo cuanto la vida nos ofrece, pues como él mismo concluye, su obra es una contemplación que deja una cicatriz en esos versos en los que él siente “el temblor de la tinta/coagulado/ como un escalofrío”.