REFLEXIONES SOBRE

MEDIEVALARIO, UN BESTIARIO MEDIEVAL

DE FRAN ZABALETA

Ed. Los Libros del Salvaje

28-03-2021

Acabo de leer con fruición y aprovechamiento la novela Medievalario, un bestiario medieval, de Fran Zabaleta. Es primavera. El sol de la tarde se derrama sobre el patio de mi casa como una miel dulce y amarilla. El limonero rebosa de azahar y detrás de mí, en el arriate, se desperezan la menta, el romero, los rosales y la hierbabuena. Con los ojos cerrados, saboreo las últimas palabras de un libro que ha llegado a mi vida para quedarse.

Medievalario, un bestiario medieval es un alarde de generosidad por parte del autor. Zabaleta trama una novela que merece un lugar de privilegio en nuestra estantería de obras escogidas por muchas razones.

La novela es, en realidad, una obra coral, formada por cuatro historias que comparten algunos rasgos comunes. Los cuatro relatos están ambientados en la Edad Media (desde la Alta a la Baja) y se ubican geográficamente en lo que fue el reino suevo de Gallaecia, lo que vendría a coincidir aproximadamente con la Galicia de nuestros días, norte de Portugal, zonas de León y Zamora, y algunos territorios de la actual Asturias.

Cuatro relatos que pretenden rescatar una época de fantatismos, violencias, supersticiones y sufrimiento. Con artera habilidad, Zabaleta articula cada una de estas historias en torno a un estamento social, de tal manera que el lector tiene ante sí un mosaico humano complejo y preciso de lo que debió de ser la sociedad de la época en esta zona boscosa habitada por las brumas, las lluvias y los fríos más feroces.

La primera narración se estructura alrededor de un santo. Con él, Zabaleta nos muestra el poder de los oratores, la clase social de los hombres de Iglesia. Todo gira en torno a las reliquias de San Martín. Pero a menudo las cosas no son lo que parecen. El mito venerado por los creyentes tal vez esconde un pasado tortuoso en el que se confunden la piedad y la saña, la ruindad y el egoísmo. La ignominia, a menudo, se esconde tras la máscara del santo a cuya protección se encomiendan los inocentes. La segunda historia nos ofrece una visión brutalmente cruda de los caballeros. Pero también de una nobleza asfixiada por su propia decadencia. La orden de caballería agoniza, pues los últimos paladines se enzarzan en peleas y refriegas más propias de bandoleros que de defensores del bien común y protección de débiles y menesterosos. Nos hallamos ya en las postrimerías del siglo XV. Los nuevos tiempos engullirán los últimos estertores de los caballeros y los nobles medievales. Lopo es un hombre que pretende mantenerse fiel a sus principios de lealtad y justicia, aunque no resultará sencillo defender tales valores en un mundo de depredadores. La tercera aventura está dedicada al pueblo bajo. A esos individuos que no participan de la Historia con mayúsculas, porque nadie habló de ellos. Sus vidas y sus muertes quedaron sepultadas por el lodo del olvido. Nadie mejor para encarnar a los humildes que un niño sin padre, abandonado por su madre y perseguido por los poderosos, un niño que debe huir al bosque y vivir como una alimaña. Historia de crueldad, de pura supervivencia, en la que el autor abre una ventana tímida a la esperanza. La cuarta y última narración está dedicada a la realeza. El rey Fernando I fallece dejando el reino repartido entre sus hijos, que acabarán por enfrentarse entre sí para hacerse con los despojos del botín.

Por las páginas del libro desfilarán frailes avariciosos, juglares, taberneros, prostitutas, niños harapientos, campesinos, mendigos, delincuentes, soldados… Un fresco realmente sobrecogedor, que nos proporciona una visión bastante aproximada de aquel mundo terrible y desolador. Miedos, guerras, traiciones, celos, envidias… Los sentimientos humanos afloran descarnados. No hay espacio ni tregua para la compasión o la ternura. El hombre es un lobo para el hombre, y lo único que importa en un mundo dominado por las bajas pasiones es matar o morir.

Todo lo apuntado hasta aquí sería suficiente para despertar el interés del lector medio, pero seríamos injustos si no destacáramos las verdaderas virtudes de esta novela, aquellas que la convierten en una obra de obligada lectura para los comensales más exigentes. En primer lugar, cabe destacar la exhaustiva documentación histórica, el rigor de los acontecimientos y de los personajes que aquí se relatan. En segundo lugar, resaltaremos la maravillosa ambientación, cosa que consigue Zabaleta con una precisión y riqueza léxica dignas de elogio. Confieso que he descubierto palabras que no conocía. Bellas descripciones, fluidez sintáctica, elegancia en las observaciones y ritmo trepidante o sosegado, según las peripecias del momento. En tercer lugar, hay que destacar la excelencia en el uso retórico del lenguaje. Las metáforas de Zabaleta son de una originalidad tal que merecen una mención especial. Nada de tópicos ni lugares comunes. Nuestro escritor escarba en el limo del idioma para sacar a la superficie la belleza de una comparación, una prosopopeya o un circunloquio admirables. Todo fluye en el relato de manera armoniosa.

No se sentirán defraudados en absoluto aquellos que se asomen a estas páginas. Se encontrarán con una obra escrita con maestría de orfebre. No de otra forma se construyen las novelas que pretenden sobrevivir a la erosión del tiempo. Y esta joya literaria es una de ellas.