LA POESÍA DE ANTONIO CARVAJAL
21 de octubre de 1999
J. R. Barat
No sabemos si sería del año la estación florida, pero un día hermoso fue, sin lugar a dudas, aquel en que Antonio Carvajal vino al mundo, allá por el año 43, en el pueblo granadino de Albolote. Las calles de su infancia, la conciencia del hambre, la soledad del niño en el Colegio de los Escolapios irían fraguando en sus vivencias las sombras de un paraíso que él, como Aleixandre, tratará de recuperar más tarde, ya adulto, en la frenética lucha contra el tiempo y la demolición de la memoria.
Ya desde la más tierna adolescencia, lo acompañará un claro sentimiento trágico de la vida, pero también, cómo no, la magia andaluza, la luna de la Alhambra, el recuerdo imborrable de un gran maestro llamado Federico. El deslumbramiento lírico lo lleva a recorrer los laberínticos caminos de la literatura clásica, desde Blas de Otero hasta Virgilio, pasando por Lord Byron, Gracián o Fray Luis, en un viaje sin retorno que lo habría de conducir hasta la sabiduría poética. No en vano la crítica del siglo ha sido unánime al reconocer en la figura de Antonio Carvajal a uno de los mejores creadores líricos de la actualidad.
A medio camino entre la tradición literaria más severa y las nuevas formas, Carvajal explora las posibilidades expresivas, retóricas y métricas de la lengua, con el noble afán de domar el rebelde y mezquino idioma, y conseguir alcanzar una voz propia, de reminiscencias clásicas pero de clara vocación moderna.
En algunos casos privilegiados la inteligencia se convierte en un acto sensible. Y desde esa atalaya del conocimiento, la poesía y la vida se funden en un abrazo espiritual, promiscuo y fértil, y la palabra creadora entonces adquiere dimensión en el tiempo, esencialidad para la historia del hombre. Ya lo decía otro andaluz: lo más íntimo es lo más universal. Y en ese axioma machadiano, la voz de Carvajal encuentra eco y resonancia, por eso sus versos ahondan en lo particular y eterno, la inmortal paradoja.
Poeta clásico y moderno, tildado por algunos de barroco, por otros de artesano: “il miglior fabbro”. Poeta que concibe su obra como un medio, no como un fin en sí, como una vía de reconstrucción y reconocimiento de la propia experiencia vital. Poeta que busca la autenticidad por encima de todo, que sabe que el pensamiento y el sentimiento van de la mano en esa pulsión fisiológica que es la creación poética.
Esfuerzo, técnica, clarividencia, entrega, militancia estética, rigor formal, compromiso ético, ironía, reflexión social, sed de trascendencia, musicalidad, polifonía métrica, perplejidad existencial. Todo al servicio de “esa fosa con flores que llamamos poesía” en palabras del propio Carvajal, o, como hubiera dicho Bécquer, al servicio de ese “himno gigante y extraño / que anuncia en la noche del alma una aurora”.
Antonio Carvajal, una perdida estrella.
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