Aquel que haya mirado
cara a cara una fosa no podrá
volver a contemplar sin inquietud
su rostro en el espejo.
Tendrá la sensación de que le sigue
a todas partes algo
frío, como una lengua invisible, la sombra
de un sueño mineral.
Quien ha mirado el fondo
terrible de una fosa
jamás regresará a su consciencia indemne.
La vida le concederá ese día
un acceso directo a la tristeza,
pues todo cuanto avisten sus ojos desde entonces
en esencia ha de ser
una reproducción facsímil de la muerte.
Una iconografía de la nada.