J.R. Barat nace en Borbotó, un pueblecito valenciano donde pasó su infancia y del que guarda gratos recuerdos que ha plasmado en algunos de los poemas de su último poemario, Si preguntan por mí. Es licenciado en Filología clásica y Filología Hispánica. Ha ejercido la docencia como catedrático de la asignatura de Lengua y Literatura en diversos institutos de Murcia y Valencia.
Su vocación de escritor se revela en sus años de juventud en el género de la lírica, pero si algo caracteriza especialmente la trayectoria literaria del autor es la habilidad para cultivar todos los géneros y para dirigirse a todos los públicos. Así se constata en su bibliografía, en la que se encuentran obras teatrales y poéticas para niños (Una de indios, El reino de los mil pájaros, Lindaluna y el bosque encantado, Poesía para gorriones…), novelas juveniles (Deja en paz a los muertos, Clara en la oscuridad, La noche de las gárgolas, La goleta de los siete mástiles…), novelas de género negro (Infierno de neón) e históricas (Jaime I, el rey templario; 1707; Jaque al emperador). En todos los registros Barat consigue brillar, como lo demuestran sus numerosos premios, que no voy a enumerar ahora por resultar demasiado prolijo y por no violentar la modestia del autor. Invito a los presentes a que consulten su página web para que comprueben los numerosos reconocimientos recibidos, en todos los géneros, y para todos los públicos.
La novela que hoy nos congrega, Jaque al emperador, es una novela histórica excelente, una obra ingente en toda su dimensión, como iré explicando enseguida. Pero quisiera antes detenerme en la elección del personaje protagonista, José Romeu, héroe saguntino de la Guerra de la Independencia española. ¿Por qué este personaje, más allá de rescatar una figura poco conocida y reconocida, casi olvidada, lo cual es, sin duda, una buena razón para un escritor que cultive la novela histórica? Me atrevo a decir que es la personalidad de Romeu, un hombre cabal, movido por una causa noble -la defensa de la dignidad, de la libertad- lo que ha cautivado a nuestro autor. Creo que José Romeu es ese hombre que hubiera querido ser Barat si hubiera vivido la contienda franco-española. Aunque a Juan Ramón no lo imagino empuñando una bayoneta -ya que es un tipo pacífico, más bien proclive a abrazarse a los árboles- sí que se identifica con el espíritu de la lucha que mueve a José Romeu, y que es el sello de los verdaderos héroes, aquellos que defienden los más altos valores, ya sea con la espada o con la pluma. José Romeu no nació para jugarse la vida y lograr con ello la fama, y efectivamente, la Historia no le ha dado esa fama merecida, pero sí ha ganado la inmortalidad con su ejemplar vida. Nos lo recuerda en Valencia una placa en la fachada de la Lonja, un busto en un parque, y el nombre de una calle; y en Sagunto, una estatua, una calle y el nombre de un Colegio público. No está mal, pero los valencianos no conocemos al personaje.
Al personaje, y sobre todo, al hombre, lo revive J.R. Barat en las páginas de su novela, cuyo primer capítulo narra el nacimiento del niño al que llamaron José Francisco, que pronto se convertirá en un joven dispuesto – participa en el negocio familiar de abastecimiento de víveres- y enamorado, de la hermosa María Correa.
El hombre leal, valiente, comprometido, no se podrá quedar al margen de los acontecimientos que vive el país cuando las tropas francesas invaden el territorio español y llegan a la región levantina. Romeu se entregará a la causa de la defensa de sus tierras, mostrando su lealtad a un rey que no la merecía, pero movido por un noble sentimiento patriótico. Convertido en comandante de las milicias urbanas, abandonará su casa, a su mujer e hijos, para protagonizar una gesta tan destacada que hasta los mismos franceses reconocieron su mérito, pero ello le convirtió en un fugitivo. La guerrilla fue su modo de lucha. Seguido por sus huestes, como si fuera un héroe de la épica medieval, sacrificó su hacienda y su felicidad personal para servir a su país y a sus conciudadanos, pasó de ser un próspero comerciante a un combatiente valeroso, a un líder de la resistencia popular contra los soldados imperiales de Napoleón. Su sentido del honor le llevó a respetar al enemigo, enfrentándose a los deseos de venganza -deseos comprensibles, dada la crueldad con la que el ejército francés había atacado a la población más indefensa y saqueado sus casas y sus bienes- de sus correligionarios.
Barat no solo retrata al héroe militar inmerso en sus escaramuzas, al estratega Romeu planeando su táctica, al cabecilla de su partida de leales seguidores, sino también al ser más cercano, al enamorado esposo, al padre tierno con sus hijos, al señor respetuoso con sus subordinados. Nos hace compartir sus sentimientos más profundos y participar de su intimidad, con lo que el personaje alcanza una profunda dimensión humana.
El novelista afronta un enorme reto al recrear una figura histórica sin dejar de lado la faceta personal. Después de leer Jaque al emperador, no nos cabe duda de que el auténtico José Romeu debió de ser como la novela nos lo muestra. El protagonista aparece arropado por numerosos personajes secundarios, la familia, el servicio, los amigos, la soldadesca compuesta por muchachos, mujeres, frailes…integrantes de diversos estamentos sociales, a todos les da también su dimensión humana con detalles de su comportamiento, de su mundo afectivo, de su historia personal, con lo cual la caracterización de personajes resulta de una gran riqueza, dotando de enorme verosimilitud al relato, que así se convierte en un retablo de la sociedad de su tiempo.
Si esto no fuera poco mérito, hablaré de la labor investigadora que ha sido necesaria para documentar los episodios bélicos que se repiten a lo largo de los cuatro años que dura la guerra. Barat nos pone al corriente de los acontecimientos históricos de la época a través de numerosas escenas y diálogos. Asistimos a los primeros indicios de que la llegada de las tropas napoleónicas son una excusa para invadir la península ibérica. Viajamos por la geografía levantina, desde Castellón hasta Alicante, tras los pasos de los guerrilleros, siguiendo sus escaramuzas, sus arriesgadas huídas, alegrándonos de la complicidad que encuentran en los pueblos que los acogen. Conocemos a los integrantes del ejército francés -mariscales, generales, comandantes- instalados en nuestras tierras planeando sus objetivos militares; a los españoles traidores -que también los hubo- acobardados por la potencia que mostraba el enemigo.
Es toda una lección de Historia con el rigor que exige el género, y un disfrute literario con la amenidad que nos procura el arte del novelista.
A este respecto, quiero destacar la hábil estructura de la novela. La narración se organiza en capítulos de una extensión bien medida, siguiendo el orden cronológico de los hechos, y marcada por el ritmo con el que se suceden los episodios históricos y las peripecias vitales personales.
Barat es un maestro en el arte de compaginar el relato de los acontecimientos bélicos con los momentos de intimidad en las vidas de los personajes, tanto del protagonista como de los secundarios.
Si la novela podía correr el peligro de resultar una exhibición de erudición, la pericia del escritor logra que los datos -nombres, fechas, batallas- queden perfectamente integrados en el argumento volviéndose necesarios e irrenunciables. En numerosas ocasiones dichos datos se expresan a través de los diálogos, con lo que se gana en amenidad y veracidad.
Aquí se encuentra otra de las habilidades del autor, el manejo de las técnicas narrativas. Narración, descripción, diálogo, usados con la mesura y la adecuación de un escritor que domina todos los recursos, llevan a los lectores a sumergirse en el relato con gran complacencia, respondiendo a las expectativas más exigentes.
Quiero destacar las descripciones, tanto de personajes como las de lugares de la geografía levantina y de su relieve orográfico. La precisión del léxico muestra un rigor de topógrafo gracias al cual imaginamos los desplazamientos y sus dificultades. En las escenas bélicas el autor no rehúye la brutalidad de los enfrentamientos, la crudeza de las batallas, la violencia inherente a la guerra. Nos lo cuenta así, pues fue así como sucedió y sería faltar a la verdad eludir la crueldad que caracterizó la lucha cuerpo a cuerpo con bayonetas y cuchillos. Pero con igual eficiencia describe la alegría del hogar, la ternura con los hijos, la felicidad de los enamorados.
La riqueza léxica, es sin duda un elemento que proporciona a la novela una calidad excepcional. Se trata de un vocabulario propio de los enseres de esa época -utensilios domésticos, medios de transporte- pero también aves y plantas, elementos del mundo militar -cargos, uniformes, armas-, todo un repertorio que demuestra el trabajo previo a la escritura, y que evidencia que este autor no se arredra ante los retos.
Que J.R. Barat es poeta, lo sabemos, pero lo percibimos también en esta novela, con momentos de claro acento lírico tanto en el fondo como en la forma. Se lo han dicho sus lectores. Unas metáforas pincelando una frase, sin que se note el artificio pero sí su efecto, adornan una prosa que fluye armoniosa, clara, de la mano experta del escritor.
No quisiera extenderme más. Si he olvidado algún aspecto, el autor me perdone. Sabe que goza de mi admiración. Creo que he justificado suficientemente mi afirmación de que esta es una novela ingente en todas sus facetas, en todos los ingredientes que identifican a las mejores obras. Solo me cabe ya invitarles a que disfruten de su lectura.