A QUIEN LEYERE
(Prólogo al libro Pensamientos urgentes de Mati Morata)
El libro que ahora tenemos entre las manos se parece a un arca repleta de maravillosas joyas. No se trata de piedras preciosas, brazaletes, diademas que ciñeron la rubia cabellera de una princesa etíope o candelabros sagrados pertenecientes a un extraño diosecillo tibetano. Tampoco hallarás el mapa de un tesoro enterrado al pie de una palmera en una isla exuberante y remota poblada por caníbales. No busques monedas de oro. Ni zafiros, ni rubíes. No. La riqueza que se esconde entre las páginas de este libro no es de orden físico. No tiene consistencia material. Su esplendor pertenece a la jurisdicción del alma.
Como alguien dijo cierta vez, su reino no es de este mundo.
Mati Morata nos regala en este volumen un tapiz de pensamientos que se suceden como los eslabones de una cadena invisible, como engranajes minúsculos que forman, en su conjunto, un entramado de altísimo nivel intelectual. Un mosaico en el que se entremezclan la ironía, la ternura, el ingenio y la hondura poética.
Fueron los griegos los que inventaron palabras tan extravagantes como axioma, apotegma o aforismo (No sabe hablar quien no sabe callar –Pitágoras de Samos-). Los romanos preferirían el adagio o la máxima (La gota horada la piedra; no por la fuerza, sino por la constancia –Ovidio-). Chinos, hindúes o árabes usaron el proverbio (La crueldad es la fuerza de los cobardes). Nosotros nos hemos decantado siempre por el refrán. O la greguería. O el chiste procaz. Consultemos a Cervantes o a Gómez de la Serna, por ejemplo. Lo que parece indiscutible es que los hombres de cualquier lugar y tiempo gustaron de esta literatura breve y sentenciosa con la que se ha transmitido, de generación en generación, el pensamiento de la humanidad.
De Aristóteles a Grouxo Marx, de Séneca a Woody Allen, de Tagore a Napoleón, de Pascal a Machado, de Montaigne a Joaquín Sabina. ¿Qué personaje antiguo o moderno, famoso o desconocido, filósofo o panadero, no ha pronunciado alguna vez una frase lapidaria, propia o ajena?
Si Santa Teresa andaba entre pucheros, Mati Morata anda entre silogismos y agudezas metafísicas. No en vano es profesora de Filosofía y ha leído a los grandes pensadores clásicos y modernos. Y de todos ellos, como buena y disciplinada alumna, ha asimilado las enseñanzas. Su mente se mueve con agilidad felina y su lengua dispara como flecha certera. Rápida y mortal, como Sharon Stone en la maravillosa película de Sam Raimi.
Por si fuera poco bagaje –el cultural y el intelectual-, diremos que la autora de estos pensamientos urgentes es persona optimista, alegre, sutil. Y profunda. Terriblemente profunda. Lo cual no suele abundar por estas riberas de nuestra mediterranía cotidiana y simplona.
Fruto de esta labor interminable de zapa, como decíamos, son estos divertidos pensamientos urgentes (segunda parte, no lo olvidemos) que ahora se nos brindan. Veloces y concisos, porque lo bueno, si breve, dos veces bueno, que dijo Gracián.
El comensal, pues, de este manjar literario degustará las más exquisitas y variadas viandas: ocurrencias chispeantes (Para ser princesa sólo se necesitan una actitud, una rana y dos buenos tacones.), poemas minimalistas que rezuman un hermosísimo lirismo (Es difícil predecir el final de un beso.), relatos hiperbreves, cuentos o narraciones condensados de manera milagrosa (Dicen que estoy obsesionado, pero no estoy obsesionado. De verdad, no estoy obsesionado, claro que no. Si estuviera obsesionado… pero está claro que no lo estoy. Me molesta que piensen que estoy obsesionado, porque no, verdaderamente, no estoy obsesionado.), definiciones divertidas sobre cosas, abstracciones o, incluso, nombres propios, como las de un diccionario descabellado e inteligente (Leticia: princesa que fue primicia, siempre es noticia, padecerá presbicia, pero no creo que llegue a novicia.), eslóganes que denuncian situaciones concretas, empleando un lenguaje coloquial y de rabiosa actualidad (Pegar mata y produce impotencia.)
Adentrarse por las páginas de este libro es, en definitiva, como adentrarse por un bosque misterioso o por un mar ignoto. El lector tendrá que sortear peligrosas metáforas, misteriosas alegorías, comparaciones obscenas, extrañas alusiones… Como en una trepidante aventura por los laberintos del idioma y de la imaginación.
Que nadie diga luego que se le avisó.
Juan Ramón Barat