EN LAS PLAYAS DEL TIEMPO
Prólogo al poemario de Antonio J. Marín Cano
Este libro es la segunda entrega poética de Antonio J. Marín Cano, autor nacido en Cieza, y que poco a poco va consolidando una voz lírica auténtica y singular. En efecto, aquellos primeros balbuceos literarios aparecidos en su primer volumen (Mirar el mundo), publicado por la Asociación Cultural Visigotia en 2013, se ven refrendados hoy con la aparición de este nuevo volumen, Como huesos de sepia, libro que permite aupar a Marín Cano a las primeras líneas de la poesía murciana contemporánea.
El libro arranca con una dedicatoria y una cita de Pedro Salinas, poeta amoroso del 27: “De tus ojos, sólo de ellos / sale la luz que guía los pasos”. Ello permite extraer una primera conclusión, antes incluso de adentrarse por las páginas del libro. El amor es la pulsión creadora de Marín Cano. El punto de partida y seguramente el puerto donde atracar después de la singladura literaria.
El volumen se divide en tres partes o capítulos, y lo primero que llama la atención es la simetría. Respectivamente, los capítulos mencionados agrupan 5, 28 y 5 poemas. Planteamiento breve, nudo extenso y desenlace breve. Cada una de las tres partes viene avalada por una cita. No es casualidad que sea Francisco Brines, poeta elegíaco por excelencia, quien abra con sus versos la primera parte. La luz de los recuerdos convertida en tiempo. El flash del ayer. La memoria. Lo perdido. Sabiamente, Marín Cano arranca del tiempo pretérito, de lo que ya no existe, para rememorar y para anclarnos en el presente. El cuerpo de la argumentación poética lo forman, como apuntábamos, la mayoría de los poemas del libro. Luis Cernuda abre la puerta de esta segunda sección: “El mar, el mar como su nombre hermoso”. Con este verso cernudiano comenzamos la gran travesía sobre las aguas de los sentimientos más diversos, las reflexiones íntimas, las observaciones cotidianas de la realidad. Una realidad literaturizada mediante intensos fragmentos marinos, retazos poéticos, fogonazos de agua lírica en los que el yo protagonista se va lentamente despojando de hojarascas y cortezas para llegar al meollo donde se gestan las emociones, el pensamiento, la verdad. Magistralmente, el desenlace o final del libro lo constituye un capítulo titulado “Despedidas” y que va precedido de un verso de John Keats: “Lo hermoso es alegría para siempre”. Hemos llegado a puerto, después de haber realizado una larga travesía poética. Y el puerto, el final, el regreso a casa no puede ser sino motivo de alegría y goce si las cosas se han hecho debidamente.
Pero vayamos al contenido. Ya desde los primeros poemas se observa en Marín Cano una vocación marina inquebrantable. En la noche hay viejos locos que “sueñan el mar”, los gatos se sientan “en los muelles de los barcos”, el propio poeta y el pez rojo del acuario comparten “el agua de la infancia”. Durante todo el libro, las referencias al mar son continuas. No en vano, el segundo capítulo lleva por título “Fragmentos marinos” y en él se dan cita poemas como “Huesos de sepia”, “Inevitable mar” o “Anclado” que echan sus raíces líricas en la estética marítima. Y entre sus versos, en medio de esos retazos acuáticos, el poeta nada a corriente y a contracorriente, como un náufrago existencial. El mar manriqueño aflora por todos los resquicios del libro. A veces el poeta se sienta a contemplar cómo “muerde el sol la madera podrida de los muelles”. O cómo “las gaviotas se mecen en el aire / como cometas vivas que sujeta la brisa”. Otras veces convierte en protagonistas de sus ensoñaciones líricas a los habitantes de un mundo marino y onírico. Así desfilan ante nuestros ojos “berberechos rotos”, “cangrejos rojos” o “algas que bailan al romperse las olas”.
Pero al margen del mar, que es el verdadero leit-motiv del poemario, las composiciones destilan un aire amargo, un poso de nostalgia y de ternura por el tiempo que se escapa para no regresar. Poemario, pues, de índole elegíaca. Recorre el libro el sentimiento de la pérdida y la añoranza. “Llega siempre una duda del pasado, / una punzada fría que el olvido no mata, / una soledad llena de tardes sin abrazos”. La existencia se parece demasiado a un juego en el que llevamos todas las de perder. El poeta lo sabe. Su lamento es el lamento universal de todos los que sienten el desvanecerse sutil de la conciencia en el limo oscuro de los días. Alguien reparte juego. Alguien baraja. Alguien tira los dados sobre el tapete del vivir. Y a nosotros, pobres habitantes de este mundo de sombras y cartón piedra, nos han dado malísimas cartas. El poeta lo dice a su manera: “es deprimente el juego trucado de la vida”, o mejor aún, “este juego es dolor de carne y hueso”.
Bien pensado, la vida también puede ser considerada un viaje. Una travesía apasionante de la que tendremos que rendir cuentas algún día. Sabemos que “sólo el tiempo dará sentido al viaje”. El mar y el tiempo se alían, se fusionan, se erigen como los dos principales argumentos con los que el poeta transmite sus reflexiones más profundas. Marín Cano canta al borde del abismo marino, donde suelen cantar los poetas que tocan el fondo de la conciencia. Y sus poemas son “una canción solo susurrada / frente al pulso pausado de la tarde / en las playas del tiempo”.
Al cabo del camino sólo nos quedará la dicha de la felicidad extraviada. Pero la llama que alumbró el vivir y que dio luz y calor jamás se extinguirá del todo. El último capítulo es una despedida en toda regla. “Es hora de marcharme, me susurra el verano” nos dice el poeta en una de sus postreras composiciones. Pronto llegará la hora del último viaje machadiano. Verano, símbolo de luz, de plenitud existencial. El tiempo de la belleza llega a su fin y no tardarán en aparecer los fríos, las lluvias, el páramo hostil de los vientos de septiembre. La playa quedará vacía. Como la vida plenamente vivida. Y el poeta quedará “en el desierto arisco que serán estas playas / cuando llegue el otoño”.
Libro redondo, bien urdido, bien tramado. Los versos avanzan al ritmo impecable de la silva, forjados con la música de endecasílabos, de heptasílabos y de alejandrinos que el poeta ha esculpido magistralmente. Un buen repertorio léxico, un tono elegíaco que a veces intercala momentos de desenfado y humor sutil. Sabio manejo de los recursos retóricos, sin alardes, con mesura.
En definitiva, tenemos ante nosotros un poemario maduro que no defraudará a nadie. Ni al lector apresurado ni al más exigente. Un libro que invita a la reflexión y al goce estético. Un manojo de poemas que nos sumerge “en una paz tan dulce / como encontrar las llaves perdidas de la infancia”.
J. R. Barat
13 de diciembre de 2014