EL ÁRBOL DEL 98

Acerca del libro Breve discurso sobre la infelicidad,

de J. R. Barat

Por Antonio Ortega Fernández

profesor de Literatura, crítico literario.

(Reseña aparecida en el Suplemento Ababol,

del diario La Verdad, Murcia)

2004

   El tiempo inexorable se aleja de nuestros atavismos. Nos abandona y solícitos apelamos al sueño y la fantasía. Los libros pasan también su calvario hacia el olvido, “pero hay alguien que acoge esta caída/con suavidad inmensa entre sus manos”, escribió Rilke. Lo mismo sucede con Breve discurso sobre la infelicidad , tan lleno de momentos de esplendor poético, de fugaces muestras del mejor quehacer en poesía actual.

   Juan Ramón Barat es un gran poeta y lo está demostrando. Los premios y honores llenan espacios densos en la solapa de sus obras. El momento del gran salto está a punto de llegar. Se hace camino al andar. Será un salto espectacular y benefactor. En este poemario premiado con el nombre pálido y triste de Leonor, la musa amarilla y lánguida del gran Antonio Machado, hay una muestra proteica y cómplice del mejor Barat, del Barat frío por fuera y fuego interior. Él dice de San Juan, de Santa Teresa, yo veo la luminosa pasión de Garcilaso, la chispa abrileña de Gutierre de Cetina y la belleza pesimista del torvo y listísimo Quevedo. Y huelo la contaminación de todos los buenos poetas de nuestra historia literaria.

   El poeta es oráculo y pastor de almas, “que no te arrastre nunca en su corriente/el vendaval absurdo de este mundo”, que traspasa la dimensión física del universo y “nunca volvió para contar/qué había al otro lado del misterioso límite”, que mira la ciudad como un actor que “tendrá que disparar tarde o temprano”, que lucha consigo mismo en una confusa inarmonía. Juan Ramón Barat sabe que después de perseguir la felicidad, la arcadia, la belleza, el amor, en “el silencio de la casa/pudo oírse otra vez, como un sordo rumor,/de huesos masticados por el tiempo,/el ruido de las ratas”.

   Ha leído a Baroja y Unamuno, más pesimistas en sus obras que en sus vidas. Ha aprendido el nihilismo vital de Cernuda o Aleixandre, más optimistas en sus versos. Ha convivido con las dudas de Brines, de Siles, del Marzal.

   Es difícil encasillar a Juan Ramón Barat, porque es un poeta de impulsos. Acaso todos convergen en el laberinto de la vida misma y en la pasión del corazón. Nunca más olvidar, perderíamos una poesía popular, culta, surrealista, neopurista, de la experiencia, existencial, verdadera, suficiente siempre. Una delicattessen.