Piedra Primaria

según Francisco Álvarez Velasco

profesor de Literatura y escritor

(Artículo de presentación del libro el día de la recogida

del premio en el Ateneo Jovellanos de Gijón)

Febrero 2003

Piedra Primaria se inicia con dos epígrafes en los que he creído ver sendas claves para entender mejor el libro. El primero es un endecasílabo de Góngora, tal vez el verso más pesimista de toda nuestra lírica: «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.» El segundo epígrafe es metapoético y está tomado de Gimferrer: «Ordenar estos datos es tal vez poesía.» Pienso yo que el poeta Juan Ramón Barat Dolz, con la cita gongorina, mediante esa gradación de sustantivos que progresivamente denotan mayor desrealización (tierra / humo / polvo / nada) quiere dejar desde el principio muy claro su sentido de la existencia y el tono del libro. Las palabras de Gimferrer, en cambio, apuntan a la rigurosa arquitectura de este discurso poético. El hojear simplemente el libro y la lectura de su índice nos permiten descubrir que el texto poético está dividido en tres partes con doce poemas en cada una, que el primer poema y el último del libro tienen el mismo número de versos, que el título del libro es título del último poema; que la primera parte parece apoyarse especialmente en la perspectiva de la tercera persona gramatical; la segunda, en un “tú”, que parece ser el machadiano («Con el tú de mi canción/ no te aludo, compañero;/ ese tú soy yo»); y la tercera parte, en la perspectiva de un “yo” explícito…

Como no es éste el lugar ni ésta la ocasión para exenderme en exégesis, dejaré este punto aquí, subrayando únicamente el hecho de la estructura ternaria: ¿Un tríptico, un camino en tres etapas, un viaje a Ítaca sin final feliz, una escalera de tres tramos, una estructura dialéctica de tesis, antítesis y síntesis…? Manuel Calderón, el autor del prólogo, quiere ver en el último Premio Ateneo Jovellanos una secuencia temporal de tres jornadas (tres días de doce horas o de doce poemas por día), con vuelta al punto de partida. Como cada lector tiene derecho a recrear el texto poético a su modo, yo prefiero imaginar aquí la alegoría de una escalera por la que el homo erectus (título del primer poema) va descendiendo en búsqueda de la “piedra primaria”, la que puede dar sentido a la existencia. Aunque, a veces, por la recurrencia de los temas que se abordan, el camino parece transcurrir por “la escalera sin fin” del famoso dibujo de M. C. Escher, o, tal vez, por la pendiente de un Sísifo al revés.

El homo erectus es el poeta que quiere despegar de la animalidad («Me alcé sobre las patas» es el primer verso del libro); en un poema que no pertenece a este volumen, Juan Ramón Barat se había presentado del siguiente modo: «Seguramente soy / un hombre triste y gris /como todos ustedes.»; en el poema final, queremos verle identificado con el peregrino que acude al oráculo de Delfos, habitado por la serpiente, donde la piedra onfálica marca el centro del mundo. «Dónde está la verdad» —dice el poeta— «Desde qué falso templo se levanta / su voz como un inmemorial ofidio?»; en otro poema de la primera parte, el poeta parece identificarse, al modo del autor de Hijos de la ira, con perros aterrorizados que ladran en la noche : «¿Quiénes son esos perros furibundos? /¿Qué miedo los impulsa / a ladrar y ladrar contra las sombras.»

El sentido de la existencia humana, el imparable paso del tiempo, la muerte y las preguntas por la posibilidad de la trascendencia son temas vertebradores de las páginas de este libro. Una de sus materializaciones más productivas poéticamente es, a mi entender, la dialéctica sombra / luz. El poeta, marcado para siempre por la conciencia de «que le sigue / a todas partes algo / frío, como una lengua invisible, la sombra / de un sueño mineral», es decir, con el convencimiento heideggeriano de que es un «ser para la muerte», se rebela y esgrime en la oscuridad «el infinito sílex» —dice él— de la angustia. Tiene, a cambio, la belleza que, muy a lo romántico, se convierte «en la sombra de un sueño inalcanzable», o bien «en esa utopía que a veces nos redime / de la indigna tarea de ser hombres.»

Piedra primaria es un libro escrito desde una conciencia radical nihilista («No cabe registrar, pues, la existencia / sino en las oficinas translúdidas del aire. / Allí donde la nada / apacienta su turba de gusanos.»). Sin embargo, paradójicamente, la visión pesimista de la existencia derivada de tal modo de entender el mundo, lleva como contrapeso una decidida afirmación existencial de amor a la vida: «Entrégate a la luz de cada instante.» Es la propuesta del carpe diem al que nos invita Barat. La consigna aparece en el poema “Hijo mío”:

“Y si al cabo la vida se te brinda

como un nítido sol que entre lo obscuro

fosforece y se extingue, sé feliz”.

Varias voces hermanas acompañan a nuestro poeta en el libro que hoy nos entrega. Todas ellas, marcadas por fuerte humanismo: son los grandes clásicos latinos (Virgilio, Horacio, Ovidio, Catulo); nuestros Fray Luis de León y San Juan de la Cruz; muy especialmente Quevedo y Góngora; y tambiém, Bécquer, A. Machado, Cernuda, Borges… Y, sin embargo, el discurso de Piedra Primaria nos llega modulado con una voz muy personal. Juan Ramón Barat, que en un poema confiesa no saber qué busca al escribir, que duda de tener algún destinatario que le escuche «al otro lado del silencio», con el dominio de la palabra poética, sin caídas en el oficio, que aquí ha demostrado, entre quienes abran las páginas de Piedra Primaria logrará indudablemente muchos y buenos lectores incondicionales.