HORNO CREMATORIO

 

HORNO CREMATORIO:

EL CLUB DE LOS INQUISIDORES LITERARIOS

 

 

Lectura y Familia

IX Encuentro del Consejo Escolar de la Región de Murcia 2009

 

Juan Ramón Barat

 

 

 

  1. Introducción.

  2. El horno crematorio antes de Cristo.

  3. El Cristianismo.

  4. La Edad Moderna.

  5. La Inquisición.

  6. La Edad Contemporánea.

  7. La rabiosa actualidad.

  8. Malditos.

  9. Wanted.

  10. Conclusiones.

  11. Bibliografía básica.

  1. INTRODUCCIÓN

 

 

Desde el nacimiento de la escritura en Mesopotamia (4000 a.C.) hasta nuestros días, la actividad cultural humana se ha caracterizado por una tendencia obsesiva a la destrucción de libros. Lo que hay en realidad tras esa febril y obsesiva “biblioclastia” en cualquier civilización y época resulta mucho más siniestro que la simple ruina del objeto físico. El propósito último es la aniquilación histórica de “los otros”.

En el año 1949, George Orwell publicó la novela 1984. En ella se nos presenta un estado totalitario, con un departamento entregado a la labor de borrar cualquier pasado. Los libros son reescritos continuamente y los originales incinerados en hornos ocultos.

Ray Bradbury editó cuatro años más tarde otro gran libro: Farenheit 451. En un mundo imaginario los libros y los escritores son perseguidos porque se consideran peligrosos. Una brigada de hombres especializados en localizar e incinerar volúmenes recorre las ciudades y siembra la devastación total de la memoria literaria.

Censurar, prohibir, quemar, destruir textos son tareas de un inquisidor literario. Y las razones que mueven su espíritu suelen responder a estímulos muy diversos. El famoso Platón sentía repulsión por los poetas, a quienes consideraba locos peligrosos. Tal vez por ello se dedicó a quemar todos los poemas de Sócrates durante su juventud. O las obras de Demócrito. Renato Descartes estaba tan convencido de sus argumentos filosóficos que ordenó incinerar todos los libros filosóficos anteriores a él. David Hume, exigió eliminar todo lo referente a Metafísica. Bécquer tuvo que ganarse el pan durante algún tiempo trabajando como censor de novelas. Los poetas futuristas italianos (Marinetti y compañía) publicaron un manifiesto en 1910 en el que pedían acabar con todas las bibliotecas del mundo. Vladimir Nabokov, profesor en las Universidades de Stanford y Harvard, quemó El Quijote ante más de 600 alumnos. Martin Heidegger, filósofo y rector de la Universidad de Friburgo, fue uno de los nazis más entusiastas en la quema de libros. El club de los inquisidores literarios, como se ve, es interminable.

  1. EL HORNO CREMATORIO ANTES DE CRISTO

 

 

Todo comenzó en Mesopotamia, hace 6.000 años. Los sumerios o cabezas negras creían en el poder sobrenatural de los libros. Sus escribas oraban antes y después de entregarse a su mágica tarea. Escribían con el cálamo de caña o hueso sobre tablillas de arcilla, usando el sistema cuneiforme y pictográfico. Las primeras bibliotecas de las que se tienen noticias estuvieron en Ur, Adab, Fara, Abu Salabik, Kis, Isin, Nippur. Casi todo lo que quedaba de esta época ha desaparecido tras la invasión de Irak en 2003.

Hacia 1770 a. C., vivió en Babilonia el rey Hammurabi, que quiso alzar una gran biblioteca en su palacio con los expolios de sus soldados. Recopiló miles de tablillas con todo el saber de su época. Nabucodonosor, que gobernó algo más tarde, se caracterizó por el mismo fervor libresco. Los asirios arrasaron Babilonia y su rey Senaquerib se hizo famoso por ser uno de los más violentos depredadores de libros. Sin embargo, su nieto Asurbanipal, se caracterizó por ser el primer rey bibliófilo de la historia, porque combinó la espada con la lectoescritura y dotó a Nínive de una biblioteca maravillosa. En ella, los escribas trabajaban noche y día copiándolo todo: el Código de Hammurabi, el Enuma Elish, el Poema de Gilgamesh… Empleaban páginas enfrentadas, sujetas con bisagras. Por desgracia, la gran biblioteca de Senaquerib y la de Nabu, dios de la escritura y el conocimiento asirio, fueron arrasadas en 612 por babilonios y medos. Entre los años 1500 y 300 a.C., en más de 50 ciudades de Próximo Oriente, hubo casi 240 archivos y bibliotecas, de los que hoy no quedan más que ruinas. Los egipcios usaron el papiro, que era una planta que crecía en el Nilo, y con ello revolucionaron la literatura. Entre sus reyes, destacó el megalómano Ramsés II, muerto en 1237 a. C., amante de más de 200 mujeres y padre de 100 hijos y 60 hijas. Fundó una de las primeras bibliotecas compuestas exclusivamente de papiros, pero destruida pronto. Su biblioteca se llamó Lugar de la Cura del Alma, no por razones poéticas, sino porque la mayor parte de los libros hablaban de farmacopea, medicina y plantas. La

biblioteca de Ramsés desapareció por los saqueos de etíopes, asirios y persas.

El caso de Grecia es lamentable porque el 75 % de su producción cultural se perdió para siempre. Hablamos de una efervescencia que abarcaba todas las facetas del saber y de la que apenas quedan sombras. El periodo preclásico es un erial del que sólo hemos conservado fragmentos. En la época clásica se pasó de la cultura oral a la escrita. Abundaron los copistas, que eran esclavos, y se pusieron de moda el comercio de libros y los textos con ilustraciones. Se sabe que hubo 100 historiadores, pero sólo queda algo de tres. De unas 2.000 comedias estrenadas han llegado hasta nosotros cuarenta. Sófocles escribió 120 tragedias, pero conservamos siete. Eurípides compuso 82 comedias, de las que guardamos 18. De Aristóteles sólo tenemos apuntes de clase dispersos. De la poetisa Safo nos quedan versos inconexos. Y así sucesivamente. Pero lo horrible es que de algunos autores importantísimos no ha quedado nada. Tenemos constancia, por ejemplo, de la existencia de Prátinas de Fliunte, que compuso 500 tragedias, o de Crisipo de Solos, autor de 500 comedias, o de Zenón de Citio, que escribió una República más famosa que la de Platón, etc., etc., etc. Por desgracia todo ha desaparecido. El periodo helenístico (siglos III al I a. C.) es otro yermo. Para hacernos una idea de vastedad de la pérdida, diremos que hubo unos 800 historiadores de los que no se conserva ni un renglón. El colofón a tanta desgracia tuvo lugar en 356, justo el año del nacimiento de Alejandro Magno. Un tal Eróstrato quiso pasar a la historia incendiando el más grande templo griego, que era el de Artemisa en Éfeso. Heráclito, que oficiaba de sacerdote, guardaba allí sus manuscritos porque pensaba que era el lugar más seguro. El autor de “nunca te bañarás dos veces en el mismo río” vio, horrorizado, cómo ardía toda su obra sin que pudiera salvarse nada.

Alejandro Magno fue un gran bibliófilo. Viajaba a todas partes con un ejemplar de La Ilíada, ilustrado con bellos dibujos. Cuando murió, en el año 323, pidió ser enterrado con aquel volumen. En su honor, se fundó la ciudad de Alejandría, que pronto albergaría la biblioteca más célebre de la Antigüedad. Los Ptolomeos, que la gobernaron durante mucho tiempo, fueron grandes bibliófilos. Pagaban fianzas para obtener originales y copiarlos, y muchas veces no los devolvían. Decretaron la ley de que todo aquel que visitaba Alejandría debía donar una obra. En su palacio residía un ejército de copistas que trabajaban noche y día. El primer incendio ocurrió el año 47 a. C. y fue provocado por Julio César, al tomar partido a favor de Cleopatra contra su hermano Ptolomeo XIII. El lugar sufrió diferentes violencias durante los duros siglos en que el Cristianismo comenzó a extenderse por la región. Pero lo peor estaba por llegar. En el año 644 d. C. los árabes llegaron a Egipto. Omar I, ante aquella maravilla que se ofrecía a sus ojos, exclamó: “Si todos estos libros contienen la misma doctrina que el Corán no sirven para nada, porque repiten; y si no están de acuerdo con la doctrina del Corán, no tiene caso conservarlos”. El incendio duró 6 meses y arrasó por completo la biblioteca.

En las costas occidentales de Asia Menor se levantaba la famosa ciudad de Pérgamo. Allí vivió el megalómano Seleuco Nicátor, fundador de la dinastía seléucida, que murió en el año 280 a. C. Quiso que el cálculo del tiempo comenzara con él, para lo que ordenó quemar todos los libros existentes en el mundo. Afortunadamente, su pavorosa biblioclastia no tuvo continuadores. Más bien, ocurrió lo contrario. Sus sucesores quisieron imitar a Alejandría y consiguieron poner en marcha una biblioteca similar en poderío. Para ello necesitaban papiro egipcio. Fue Ptolomeo V quien se negó a facilitárselo, alarmado por la creciente fama de la rival. Eumenes II dio la orden de buscar una solución. Y la solución fue elaborar “papiro de Pérgamo”, o sea, “papiro pergamino”. En vez de emplear material vegetal, sus hombres utilizaron material animal: piel de cabritillo, oveja y ternerillo. El pergamino era mucho más resistente que el papiro, por lo que muchas obras antiguas se conservaron gracias a este invento. Una de sus características era que permitía escribir por las dos caras. La famosa biblioteca de Pérgamo fue saqueada varias veces durante el siglo I a. C. por las continuas guerras que sufrió la región. En el año 40, Marco Antonio la arrasó. Los volúmenes expoliados los envió a Cleopatra, de la que estaba enamorado, para que nutriera la biblioteca de Alejandría que había sido incendiada unos años antes por César, como se ha dicho.

A los hebreos les cabe el orgullo de ser, seguramente, el pueblo más hostigado. Y lo mismo sucede con su libro sagrado, el Talmud. Este volumen recoge discusiones rabínicas sobre leyes, costumbres, leyendas, historias. Se trata, con toda probabilidad, del libro más veces quemado a lo largo de los siglos.

En China, la historia nos habla de otro terrible megalómano llamado Shi Huan. Este personaje hizo destruir todo libro que pudiera recordar el pasado. Llegó a tener 260 palacios, mandó erigir la Gran Muralla y edificar una tumba monumental en la que trabajaron 700.000 hombres durante 36 años y que custodiarían miles de soldados de terracota. En el año 231 a. C., mientras en Alejandría se intentaba reunir todos los libros del mundo, Shi Huang ordenó quemar todos los libros del mundo, excepto los de agricultura y medicina. Los funcionarios buscaban ejemplares y los quemaban en piras. Quienes ocultaban libros eran muertos o enviados a trabajar forzadamente. Miles de personas murieron de forma terrible y sus familias sufrieron humillaciones. Desaparecieron millares de escritos recogidos en conchas de tortuga, huesos y tablillas de madera. Shi Huang odiaba especialmente a Confucio y mandó quemar su obra entera. Durante la dinastía Han (hacia 190 a. C.) muchos eruditos restablecieron de memoria abundantes textos desaparecidos de la historia de China. Alguien encontró un texto escondido de Confucio y es lo único que ha quedado de él.

En Roma, el Senado solía llamar a los magistrados a fin de que se recolectaran libros para ser quemados. A Julio César le debemos no sólo el primer gran incendio de Alejandría, sino la destrucción de más de 40.000 obras. Octavio Augusto fue un pirómano radical. Sabemos que admiraba a Virgilio y Horacio, pero también sabemos que odiaba a Ovidio, que murió en el exilio, viendo cómo sus obras eran prohibidas y quemadas. Nerón fue músico y poeta frustrado. Mandó suicidarse a escritores como Séneca, Lucano o Petronio, a quienes admiraba y envidaba al mismo tiempo. No sólo incendió Roma, sino que quemó más de 3.000 tablas de bronce, que eran el registro más hermoso y antiguo del Imperio Romano, con textos que se remontaban a la fundación de Roma (753 a. C.). El emperador Domiciano quemaba los libros que lo ofendían. Los poetas y los editores eran apaleados, empalados y crucificados. En el año 410: Alarico, al mando de las tropas bárbaras germánicas, tomó Roma. La ciudad fue saqueada sin piedad durante una semana. Los papiros servían como lumbre en las orgías.

 

  1. EL CRISTIANISMO

 

 

Cuando Pablo de Tarso llegó a Éfeso, en el Asia Menor, lo primero que hizo fue ordenar la quema de libros que él llamaba “mágicos” (cábala, matemáticas, astronomía, poesía, filosofía, adivinaciones, etc.). A partir de ese momento, el Cristianismo se dedicó a perseguir todo lo que no aceptaba la doctrina de un Cristo divinizado. Cualquier pensamiento libre era considerado disidente. Esa fue la razón de las terribles persecuciones que sufrieron gnósticos, nestorianos, cátaros, valdenses y todos los que se apartaban de las directrices de Roma. Sirva como ejemplo, la triste historia de Hipatia:

 

Corría la primavera del año 415 d.C. Hipatia era la hija más hermosa de Teón, el bibliotecario de Alejandría. Su inteligencia corría pareja a su belleza. Cultivaba la astronomía, la matemática, la física, la poesía, la filosofía… Y, sin embargo, hoy día no queda nada de ella. El obispo cristiano Cirilo no podía soportar la sabiduría de aquella hermosa mujer que era capaz de poner en duda las doctrinas cristinas con tesis científicas de una lucidez impecable. Cirilo hizo circular el rumor de que Hipatia era una bruja. El rumor se convirtió en miedo. Y el miedo en odio. Cierto día, una muchedumbre de monjes devotos, inducidos por el obispo, la secuestró. Hipatia se defendió y gritó, pero nadie se atrevió a ayudarla. La llevaron a la iglesia y a la vista de todo el mundo comenzaron a golpearla brutalmente con tejas y a despellejarla viva. Le arrancaron los ojos y la lengua. Cuando ya estaba muerta, la despedazaron, le sacaron los órganos y los huesos y quemaron los restos. El prefecto de la ciudad, avergonzado, ordenó una investigación, pero fue sobornado por Cirilo. El crimen de Hipatia, la primera mujer científica asesinada de la historia, quedó completamente impune.

El desinterés por la literatura pagana, gestado por los cristianos, generó la extinción de miles de libros. El Cristianismo fue al principio sumiso al griego, desestimó el hebreo y dio preponderancia al latín por razones sociales y políticas. Pero el griego, lengua de pensadores y poetas, fue pronto repudiado. Tertuliano decía que todas las herejías eran instigadas por la filosofía. Entre los siglos II y V d. C. lo que desapareció debido a la intolerancia cristiana es inimaginable. Gracias a la Iglesia Católica, durante los siglos IV, V, VI, Europa estuvo literalmente sin libros. Nadie escribía o leía. En la España visigótica, por poner un ejemplo concreto, no hubo apenas bibliotecas.

Bizancio, en cambio, se caracterizó por su bibliofilia y salvó a los clásicos griegos de su desaparición. Los bizantinos usaron el papel, que fue una invención china, traída por los árabes hacia el siglo X d. C. En el año 1204 sobrevino la catástrofe de la Cuarta Cruzada, en la que lucharon cristianos contra cristianos por motivos económicos, y que significó la destrucción de la ciudad. El saqueo cruzado de Constantinopla no tiene parangón en la historia. En 1453 tuvo lugar la tragedia definitiva: las tropas turcas tomaron la ciudad. No quedó ni un cadáver sin decapitar. Todas las bibliotecas, repletas de joyas literarias únicas, desaparecieron para siempre, consumidas por las llamas.

Si los griegos se salvaron en Bizancio, los latinos y celtas fueron salvados por los monjes de Irlanda, que fundaron numerosos monasterios y abadías. San Patricio viajó a la isla en el año 432 d. C. Él y sus hermanos asumieron los alfabetos irlandeses y crearon una escritura sublime con la que copiaron cientos de textos. Recuperaron a los clásicos greco-latinos y rescataron las obras célticas que pertenecían a la tradición druídica. Los monjes curtían la piel, cortaban el cuero, doblándolo y cosiéndolo. Luego escribían con bellas caligrafías y decoraban con pinturas espléndidas. Proliferaron los lugares con monjes literatos que escribían Biblias y códices para toda Europa. Esta época mágica que se había extendido a todas las islas acabó con las invasiones de los vikingos a partir del año 800. Los bárbaros destruían en unas horas siglos de trabajo minucioso. Hacia el 900 no quedaba en Irlanda o Inglaterra ni una sola biblioteca en pie. La figura de Carlomagno llega hasta nosotros tamizada por la aureola del mito. Fue,

en efecto, hombre amante de los libros, que creó escuelas y bibliotecas y se rodeó de una corte de sabios, poetas, músicos y filósofos. Murió el año 814 y ha pasado a la historia como el fundador de la Europa moderna. Sin embargo, las luces del padre fueron sustituidas por las sombras del hijo, Luis I, quien quemó la biblioteca de la corte imperial y paterna en Aix-la-Chapelle, repleta de joyas literarias francas y germánicas. Limpió el lugar de mujeres y obligó a sus hermanas a encerrarse en un convento. Lo llamaban “el Piadoso”. Sin él, la oscura Alta Edad Media habría acabado mucho antes. Corrían años de fanatismo e ignorancia. Nadie escribía. Nadie leía. Vikingos, visigodos o cristianos imponían por la fuerza su biblioclastia. La Iglesia católica, falta de recursos económicos, puso de moda el palimpsesto, un códice del que se borraba el texto anterior, generalmente pagano, para escribir encima un sermón o un tratado teológico. De este modo, se eliminaron obras de Plauto, Cicerón, Virgilio… Se cuenta que en Bobbio, aldea cercana a Génova, hacia el año 600 los monjes borraron la República de Cicerón para copiar textos de San Agustín. Recientemente, gracias a los métodos químicos, se han podido recuperar los fragmentos eliminados que parecen ser copia de una obra perdida de Aristóteles.

La Alta Edad Media está llena de anécdotas. Ésta es la de Wiborada:

 

 

Corría el año 925. La madre quería casarla, para asegurarle un futuro feliz, pero la joven Wiborada deseaba ingresar en el monasterio de Saint Gall (Suiza) y dedicar su vida a Dios. Estuvo tres años a prueba hasta ser aceptada. Luego se encerró voluntariamente para rezar y hacer penitencia. Por su amor a los libros, fue encargada de administrar en sus ratos libres la riquísima biblioteca del monasterio, que era una de las más famosas de la época. Wiborada, recogida en su celda minúscula, encuadernaba, organizaba manuscritos y gestionaba todo lo relacionado con códices y manuscritos. Cierta noche tuvo una visión. Vio que venían los húngaros a destruir el lugar. Avisó a todo el mundo y describió con tales detalles los horrores del ejército bárbaro que los monjes abandonaron aterrados el monasterio. Sólo ella se quedó, a pesar de los ruegos y encarecimientos de los hermanos, por el voto que había hecho a Dios de no abandonar el convento jamás. Mientras esperaba la llegada de los húngaros, se dedicó a enterrar las obras durante tres días y tres noches. Cuando llegaron los húngaros no encontraron nada, excepto una humilde mujer solitaria y se ensañaron con ella. Wiborada fue muerta a golpes y quemada, junto con el monasterio. Mucho tiempo después, cuando regresaron los monjes al lugar, hallaron bajo sus calcinados restos los miles de libros que Wiborada había conseguido salvar de la barbarie. Fue la primera mujer canonizada de la historia y por su amor a los libros se la nombró patrona de los bibliotecarios.

Hemos cruzado el año 1000. Los mongoles, descendientes de Gengis Khan, llegaron a Bagdad y arrasaron con todo. Hulagu Khan encabezó una matanza que duró varios días. Murieron unas 500.000 personas. Los manuscritos de la biblioteca fueron transportados al río Tigris y la tinta se mezcló con la sangre. Los mongoles avanzaban destruyéndolo todo. Llegaron hasta Alamut, junto al mar Caspio, donde estaba la sede de la Secta de los Asesinos, seguidores de al-Hassan ibn-al-Sabbah, llamado el Viejo de la Montaña, un persa nacido en 1054 y amigo personal de Omar Khayyan. Los asesinos tenían una biblioteca sencillamente extraordinaria, con casi dos millones de libros. Los mongoles no dejaron piedra sobre piedra. En 1393, otro descendiente de Gengis Khan, llamado Tamerlán, regresó a Bagdad y acabó con todo lo que quedaba. Sus fechorías biblioclastas se extendieron a otros países vecinos como Siria o Turquía.

La Iglesia de Roma había alcanzado tal grado de depravación y envilecimiento que por todas partes surgieron personajes y grupos humanos que proponían una revisión de la doctrina cristiana y un regreso a los postulados de sencillez y pureza de Jesucristo. Eran los cátaros, los valdenses, los lolardos, los petrobrusianos… La Iglesia Católica reaccionó con saña, acusándolos a todos de herejía, y organizó las más atroces matanzas de la historia en el nombre de Dios. Miles y miles de personas fueron torturadas y asesinadas. Pero la Iglesia Católica no se conformó con destruir miles de vidas, sino que se especializó en aniquilar las ideas, los libros y la memoria de aquellos disidentes. La Baja Edad Media está llena de ejemplos. El Papa Inocencio III fundó en 1215 la Inquisición Pontificia para acabar con todos los que denunciaban sus inmoralidades y abusos. En 1310, Margueritte Porete, que vivía en Renania, fue condenada a la hoguera con sus libros místicos, porque predicaba la libertad del Espíritu, siguiendo las enseñanzas de Francisco de Asís. Dante Alighieri vivió en el destierro y sufrió abundantes desgracias. En 1315 fue condenado a la decapitación, aunque se salvó de milagro. Sus libros fueron perseguidos y quemados. Girolamo Savonarola fue un terrible inquisidor dominico, que sustituyó el Carnaval de Florencia por la Fiesta de la Penitencia. Prendió hogueras donde ardieron cosméticos, joyas y libros de Dante, Boccaccio, Petrarca y otros, porque, según él, eran instrumentos del maligno. Paradójicamente, Savonarola acabó en la hoguera, con sus escritos, en mayo de 1498.

La España musulmana destacó por la esplendidez de su cultura. Córdoba llegó a albergar la biblioteca más importante de Europa, con un catálogo que ocupaba 2.200 páginas. El califa Al Hakam decía que había leído todos los libros que había allí. Al morir, su hijo no pudo con las ambiciones de Almanzor, escritor frustrado, quien en un rapto de locura, mandó quemar todos los libros de la gran biblioteca de Al Hakam que no fueran sagrados para los musulmanes. Los textos formaron una montaña y ardieron durante días. Almanzor, lleno de remordimientos y consciente del horror de su acto, escribió a mano todo el Corán y se convirtió en un fanático. Hoy día sólo se conserva un libro de aquella ingente y maravillosa biblioteca de Al Hakam, cuando Córdoba era la capital de Europa y contaba con grandísimos personajes como Firnas, Averroes, Avicena o Moisés Maimónides. Uno de aquellos hombres fue Ibn Hazm.

 

Ibn Hazm, que murió en 1063, fue autor de una poesía amorosa magnífica. Un libro destacado suyo fue El collar de la paloma. El rey de Sevilla, Al-Mutadid, que era poeta, protector de poetas, esposo de una poetisa y padre de poetas, admiraba y envidiaba al mismo tiempo al bueno de Ibn Hazm. La envidia llegó a ser tanta que el rey mandó quemar todos los libros de su poeta favorito. Poco tiempo después, Al-Mutadid perdió el poder y fue deportado a Marruecos, donde vivió el resto de sus días, pasando hambre y escribiendo cientos de versos malísimos. Intentaba en vano imitar las maravillosas metáforas del poeta cuya obra él mismo había destruido. Sus últimos días los pasó en el lecho, recitando de memoria los versos que recordaba de Ibn Hazm.

 

  1. LA EDAD MODERNA

 

 

El fin de la Edad Media coincide con un recrudecimiento del fanatismo y la intransigencia.

Enero, 1500. Granada. Un hombre llamado Gonzalo, procedente de familia pobre, acaba de ingresar en la Iglesia. Es astuto, radical y carece de escrúpulos. Por sus intrigas es encerrado en la cárcel. Se hace franciscano y se cambia el nombre de pila por el de Francisco. Al salir sigue intrigando para medrar en la escala eclesiástico, hasta que consigue convertirse en un hombre fuerte y confesor de la reina, a la que acaba manipulando. Logra que los Reyes Católicos le dejen las manos libres. Busca ejemplares del Corán y del Talmud. Reúne 5.000 libros en pocos días y organiza una hoguera gigantesca en la plaza de Bibarrambla. Éste es el primer Auto de Fe de la religión católica en Europa. Después empieza a quemar todo lo que no le gusta. Destruye el 50 % de la literatura sufí. La antorcha de este hombre prende en toda España y gana por ello un prestigio enorme. Impone el celibato clerical, promueve la expulsión de los judíos de España y tortura a miles de personas para “convertirlas”. Sus métodos son contundentes: castración, azote, desmembración y cremación. Como premio a sus bondades, en 1507 es nombrado cardenal y gran inquisidor del reino de España. Nombra a Torquemada jefe de la Inquisición, que lo superará en crueldad. Estamos hablando de Cisneros.

 

Cisneros murió en noviembre de 1517, unos meses después de haber fundado la Inquisición de Indias para aniquilar a los indígenas que, según él, eran “casi monos”.

Hacia 1528, el también franciscano Fray Juan de Zumárraga fue nombrado primer obispo de México por Carlos I. Al llegar allí, encontró una cultura espléndida de mayas y aztecas. En el palacio de Netzahualcóyotl, que era poeta, había una gran biblioteca, lo mismo que en el de Moctezuma. Los libros eran códices hechos de papel amate, obtenido de una higuera silvestre, y tenían dibujos. Nada más llegar, Zumárraga hizo una enorme hoguera en la ciudad de Tetzcoco y quemó todos los escritos e ídolos de los mayas. El fin era borrar la historia de aquellas gentes. Otro franciscano, Diego de Landa, siguió su labor. Torturó a miles de indios, a los que descuartizó, decapitó o cremó. En 1562 hizo quemar 5.000 ídolos y 27 códices de los antiguos reyes mayas.

El Renacimiento estuvo lleno de hombres magníficos. Uno de ellos fue Matías Corvino, rey de Hungría entre 1458 y 1490. Su biblioteca llegó a ser la segunda de Europa, tras la del Vaticano. Albergaba textos en varias lenguas sobre todas las materias del saber humano. Fue destruida por Solimán el Magnífico cuando invadió Buda.

Uno de los hombres más excepcionales del Renacimiento fue Miguel Servet.

 

Miguel Servet nació en Sigena, Huesca, en 1511. Y fue quemado vivo a los 42 años. El verdugo pasó varias veces la soga por su cuello. Sobre su cabeza puso sarmiento verde con gotas de azufre y a los pies depositó algunos de sus libros, rechazados por católicos y calvinistas. Las cenizas y restos carbonizados de Servet fueron arrojados a un lago cercano. Un tribunal eclesiástico compuesto por ex amigos suyos ordenó que todos los libros del muerto fueran entregados a las llamas. Miguel Servet había cometido el “delito” de ser polígrafo, geógrafo, matemático, filósofo, estudioso de griegos, hebreos y latinos, gramático, teólogo, astrólogo, políglota y, sobre todo, crítico con la Iglesia católica.

Los anabaptistas alemanes se vanagloriaban de su ignorancia. Decían que eran los incultos escogidos por Dios para redimir al mundo. Saquearon la catedral de Munster, deshojaron volúmenes, rompieron manuscritos, quemaron y prohibieron todos los libros excepto la Biblia. La historia de David Joris, hereje anabaptista, merece ser recordada:

 

En 1559, los libros de David Joris fueron condenados y quemados. Joris era un personaje fascinante y polemista, capaz de rebatir todas las tesis católicas. Ello le granjeó la enemistad de Roma. Cuando supo que la Inquisición había decidido quemarlo, se refugió en un pueblecito cercano a Basilea donde nadie lo conocía, se cambió la identidad y consiguió vivir feliz sus últimos años. Murió en paz y lo enterraron en el cementerio humilde de aquella pequeña aldea. Unos años más tarde, sus perseguidores dieron con él. La Iglesia ordenó la exhumación y la quema pública del cadáver, junto con todos sus libros.

 

El veneciano Andrea Navaggero, amigo personal de Juan Boscán y Garcilaso de la Vega, idolatraba la obra del poeta latino Catulo. Todos los años en su honor encendía una hoguera y quemaba libros de Marcial, Juvenal y otros poetas que él llamaba secundarios. Culminaba el extraño ritual leyendo en voz alta los versos de Catulo.

Otro personaje extraordinario fue Pico Della Mirandola.

 

 

Giovanni Pico Della Mirandola fue un lector precoz, sensible e inteligente. Antes de cumplir los veinte años sabía varios idiomas. En 1486, con 23 años, invitó a los mejores teólogos de Roma a disputar sus 900 tesis sobre moral, física, matemáticas, teología, magia, cabalística y conocimientos caldeos, árabes, hebreos, griegos, egipcios y latinos. Aquel personaje no sólo despertó el asombro, sino la envidia y el temor. Los teólogos católicos, incapaces de discutir con él, lo acusaron de herejía. Della Mirándola se defendió para no morir en la hoguera, pero una enfermedad se lo llevó al otro mundo cuando aún no había cumplido los 28 años. Su biblioteca era inmensa. Dos años después de su muerte, el cardenal Domenico Grimani, que lo admiraba en secreto, compró todos sus libros, porque quería tener en sus manos los textos prohibidos de Homero, Platón, Euclides, Aristóteles, Sexto Empírico, Averroes, Ramón Llull, Leonardo de Pisa… Al morir Grimani, legó la biblioteca al monasterio veneciano de San Antonio. Allí un incendio lo redujo todo a cenizas en 1687.

  1. LA INQUISICIÓN

 

 

La Inquisición fue creada para combatir la disidencia y el pensamiento libre. Su actividad en los países donde intervino representó un periodo de censura, hostigamiento, persecución, tortura y destrucción de vidas humanas y libros. Fue ideada por Inocencio III para combatir a los cátaros en 1215. Los Reyes Católicos la bautizaron en España en 1478. Estuvo siempre bajo el control directo de la monarquía y no se abolió definitivamente hasta 1834, durante el reinado de Isabel II. El número de Papas inquisidores es enorme. Pablo III puso en marcha una sección especialmente dura, denominada Santo Oficio, para luchar contra las ideas de Lutero. Pablo IV ordenó la creación del Índex Librorum Prohibitorum (Índice de libros prohibidos) en 1559. Este índice estuvo en vigor hasta 1966 en que fue abolido gracias al Concilio Vaticano II. Los autores y libros que han figurado en esta “lista negra” son numerosísimos.

Los reyes también han sido inquisidores. En España, destacaron Carlos I y Felipe II, quienes apoyaron a la Iglesia Católica contra las disidencias de Lutero o Calvino. En 1529, bajo el gobierno de Carlos I, se prohibió la impresión de cualquier libro no autorizado por la Iglesia. En el año 1558, reinando ya Felipe II, se prohibió en España la importación de libros extranjeros. El duque de Alba se hartó de ejecutar autores y quemar libros. En 1567 fue enviado a Flandes donde instituyó el Tribunal de Tumultos o “de la Sangre”. Con el Index se quemaron hombres y libros en infinidad de hogueras por toda Europa. Fray Luis de León, Enrique de Villena, Sánchez el Broncense o Jean Tritheme son sólo una pequeña muestra de los autores que sufrieron la intolerancia eclesiástica. Cervantes parodió el celo de la Inquisición con aguda ironía en el capítulo VI del Quijote, en el que el cura y el barbero representan a los temibles inquisidores.

La Edad Media, oscura y violenta, dio paso a la Edad Moderna, intransigente y cruel. En todas partes se intensificó la hostilidad contra el pensamiento heterodoxo. Una guerra civil a finales del XV acabó con todas las bibliotecas de Kyoto. Entre los monarcas más virulentos en la Inglaterra del XVI podemos citar a Enrique VIII o Eduardo VI, quien hacía portar libros en ataúdes para quemarlos en plazas públicas. En Dinamarca y Noruega se usaron antiguos pergaminos de iglesias o monasterios para hacer cubiertas de libros de contabilidad o del catastro. En ocasiones, los manuscritos se usaron para envolver los cartuchos de los fuegos artificiales en honor de algún príncipe. En Vietnam, hacia finales del XVIII, una orden imperial exigió quemar todos los libros escritos en la lengua nom, considerada vulgar. Hubo inquisidores especialmente fanáticos. Nacham de Bratslav, cuya tumba es hoy lugar de peregrinación en Méjico, exclamó: “Quemar un libro es aportar luz al mundo”. Hacia 1780, el emperador chino Kato-Tsung ordenó destruir los libros contrarios a él. La Guerra de Independencia de EE.UU provocó la desaparición de miles de obras, como las que albergaban la Casa Blanca, la Casa del Tesoro, el Capitolio y la Biblioteca del Congreso.

La Francia del siglo XVIII fue pródiga en hombres ilustres, perseguidos por sus ideas revolucionarias. En 1750, Voltaire publicó su Enciclopedia, y causó un escándalo tan grave que la Iglesia mandó desgarrar y quemar sus obras porque inspiraban “el libertinaje más peligroso para la religión y para el orden de la sociedad”. Voltaire contraatacó con sarcasmo. Publicó unas cartas confesando que estaba arrepentido.

 

Voltaire: “Lo mejor sería hacer una nueva noche de San Bartolomé con todos los filósofos y que se degollara en su cama a todos los que tuvieran en su biblioteca a Locke, Montaigne y Bayle (…) Incluso desearía que se quemaran todos los libros, todos excepto la Gaceta Eclesiástica y el Diario cristiano (…) He arrojado al fuego ese desventurado Diccionario Filosófico que acababa de comprar, y todos mis papeles; he decidido definitivamente dedicar el resto de mi vida a no ocuparme más que de agricultura…”.

 

Durante el siglo XVIII se destruyó muchísimo en Francia. Los Pensamientos filosóficos de Diderot desataron una persecución fanática por su ateísmo. Lo mismo sucedió con El espíritu de las leyes de Montesquieu o Del espíritu de Helvetius, obras que irritaron la Sorbona, al Parlamento de París, al Papa y a todos los sacerdotes franceses. En 1762, Rousseau publicó su Emilio y tuvo que huir a Alemania. Luis XVI prohibió expresamente Las bodas de Fígaro de Beaumarchais. Los individuos del Parlamento, hartos ya de tanto escritor maldito, decían que de nada servía quemar los libros, y que había que pasar a la quema de autores.

 

  1. EDAD CONTEMPORÁNEA

 

 

En el año 1789 tuvo lugar la Revolución Francesa. Tras el fallido intento de asesinar a Robespierre se promulgó la ley del Terror y las ejecuciones fueron indiscriminadas e interminables. Luis XVI fue decapitado en enero de 1793. Una violencia sin límites provocó miles de incendios de bibliotecas. Se calcula que en toda Francia desaparecieron unos cinco millones de libros.

El siglo XIX está lleno catástrofes culturales: la guerra entre Perú y Chile, la guerra de Secesión, la guerra franco-prusiana, las guerras de independencia americanas… Toda esta vorágine bélica originó la desaparición de millones de libros.

La guerra de Independencia española (1808-1814) fue especialmente siniestra en el aspecto cultural. Los franceses usaban las obras que hallaban en bibliotecas, museos o archivos como papel para la munición. Devastaron y saquearon el país entero. La abadía de Montserrat, por ejemplo, que contaba con una de las bibliotecas y uno de los archivos más extraordinarios de Europa, fue arrasada por los franceses. Tenía imprenta propia desde 1499, y su producción casi entera quedó reducida a cenizas. El archivo de la escuela de música más antigua de Europa –la escolanía de Montserrat-, que custodiaba muchísima música medieval y de la Edad Moderna, desapareció para siempre. El expolio de bibliotecas, palacios y monasterios fue tan grave que llevó a José Bonaparte a prohibir a sus generales requisar y llevarse a Francia los bienes del Reino de España. Lo poco que quedó se lo llevaron los ingleses que ayudaron en la lucha contra Francia. Uno de los principales saqueadores británicos fue Wellington.

Charles Darwin publicó en 1859 Sobre el origen de las especies por los medios de selección natural, libro que causó gran escándalo. Miles de ejemplares fueron quemados y ediciones posteriores destruidas, vetadas por los colegios, rechazadas por bibliotecas del mundo, despreciadas por cientos de científicos que vieron sus trabajos arruinados ante la novedad de las ideas expuestas.

Entre los inquisidores ocupa un lugar destacado el norteamericano Anthony Comstock, que murió en 1915, dejando tras de sí auténticas montañas de ceniza.

 

Anthony Comstock fue durante 40 años fue el inquisidor religioso más temido del mundo. Aún hoy su nombre se relaciona con la destrucción del mayor número de libros de la historia de EE.UU. Leía la Biblia con un fervor que asustaba a sus amigos. El Demonio, según él, se había adueñado de muchos escritores. Su misión en la tierra era poner fin a esa atrocidad. En 1873 creó la Sociedad de Nueva York para la Eliminación del Vicio. Logró la aprobación de la ley Comstok en el Congreso, la cual impuso la prohibición de transportar por correo cualquier texto inmoral. Revisó miles de libros y revistas gratuitamente,y con una sola hojeada podía encontrar las verdaderas faltas a las buenas costumbres. Se calcula que él solo quemó unas 120 toneladas de libros.

 

La guerra civil española dejó un desastre cultural ocultado durante décadas. Ya en los años previos a la contienda, durante la República, hubo una fiebre anticlerical que ocasionó la quema de abundantes templos y libros religiosos. Tras los sucesos de Asturias, en el año 34, las fuerzas del orden destruyeron libros de unas 260 bibliotecas populares en los ateneos, y parecida suerte corrieron las bibliotecas de las casas del pueblo o sindicatos. Pero lo peor estaba por venir. Solamente en Barcelona fueron destruidas 72 toneladas de libros. En Navarra, la cosa fue durísima: los fascistas expurgaron escuelas y bibliotecas, y quemaron todo lo que consideraron antipatriótico, sectario, inmoral, herético y pornográfico. En su primer ejemplar de Arriba España, se decía: “¡Camarada! Tienes la obligación de perseguir el judaísmo, la masonería, el marxismo y el separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas. ¡Camarada! ¡Por Dios y por la Patria!”. Los archivos de toda España fueron expoliados gravemente. De aproximadamente 160 toneladas de documentos confiscados por Franco, unas 155 fueron convertidas en pasta. A medida que las poblaciones iban siendo “liberadas” por los fascistas, los libreros tenían que expurgar sus existencias. La implacable Ley de Prensa de abril de 1938 duró hasta el año 1966 en que fue sustituida por la Ley de Prensa e Imprenta. Ambas leyes sirvieron para intimidar y combatir la libertad creativa. Miles de obras durante estos años fueron destruidas.

El escritor alemán Heinrich Heinne había dicho en 1821: “Allí donde queman libros acaban quemando hombres”, y sus palabras resultaron proféticas. Un siglo después, en la misma Alemania, tendría lugar una de las mayores catástrofes humanas y culturales de la historia contemporánea. Corría enero de 1933 cuando Hitler llegó a canciller de la República de Weimar. En primavera, las sedes de los partidos comunistas alemanes comenzaron a ser atacadas salvajemente y sus bibliotecas destruidas. En unas elecciones controladas, el Partido Nazi obtuvo la mayoría del nuevo Parlamento y nació el Tercer Reich. Uno de los hombres fuertes de Hitler fue Goebbels.

 

Joseph Goebbels no pudo ingresar en el ejército por su cojera. Estudió en Heidelberg, donde se doctoró como filólogo en 1922. Era un lector apasionado de los clásicos griegos y los filósofos alemanes. Entre sus favoritos podían contarse Sófocles y Nietzsche. Recitaba poemas de memoria y escribía textos dramáticos. Cuando el partido nazi logró el poder, en enero de 1933, movilizó a las organizaciones estudiantiles para que destruyeran los libros peligrosos. Hubo quemas en todas las ciudades alemanas y se desató enseguida un fervor inusitado entre estudiantes e intelectuales. Muchos filósofos como Martin Heidegger se adhirieron de inmediato a las ideas de Goebbels. A partir de mayo de ese mismo año, hubo miles de hogueras en toda Alemania donde se quemaban noche tras noche textos de A. Einstein, H. G. Wells, E. Hemingway,

B. Brecht, T. Mann, S. Freud, F. Kafka, J. London, L. Sinclair, S. Zweig y muchísimos más autores, mientras los nazis coreaban salmos y consignas.

 

El auge del nazismo hizo que esta fiebre pirómana se extendiese a Austria, Polonia, Holanda, Rumanía, Lituania, Checoslovaquia, URSS, Estonia y otros muchos países. Al acabar la Guerra no quedaba ni el 20 % en muchos de estos lugares. porque la Gestapo convirtió millones libros en ceniza o en pasta de papel para su propaganda. En Checoslovaquia desaparecieron unos 2 millones de libros. En Polonia, 15. En la URSS, los alemanes destruyeron la friolera de ¡100 millones de libros!

Francia, Inglaterra e Italia tampoco se libraron de este bibliocausto durante la Segunda Guerra Mundial. El final de la contienda coincidió con uno de los ataques aéreos más destructivos de la historia. Los aliados bombardearon las ciudades más importantes de Alemania y millones de libros desaparecieron. El 6 de agosto de 1945, el Enola Gay norteamericano arrojó una bomba atómica sobre Hiroshima. El 9 de agosto, hizo lo mismo sobre Nagasaki. Al margen de las desgracias humanas, no quedó ni un edificio en pie y la infraestructura cultural de medio Japón se desintegró para siempre.

El caso de la URSS es estremecedor. El Comunismo ruso sembró el terror durante los años 40 y 50 en el este de Europa y el oeste asiático. El número de autores asesinados es incalculable. Infinidad de bibliotecas fueron destruidas. En 1953, por ejemplo, los soviéticos destruyeron en la Alemania Oriental unos 5 millones de libros.

Asaf Rustamov, escritor y defensor de la medicina tradicional de Azerbaián, cuenta una historia de su infancia para retratar el régimen de terror de Stalin:

 

En julio de 1928 yo tenía 10 años y vivía en Lahij, una aldea caucasiana de Azerbaiján, que era por entonces un país sometido por el expansionismo comunista. Un grupo de agentes llegó a la villa y ordenó a la población sacar todos los libros. Cualquiera que desafiara la medida moriría. Quien a las cinco de la tarde no hubiera entregado todos sus libros moriría. La mayoría de los libros estaban escritos en la lengua del Corán. Al final del día, los agentes quemaron absolutamente todos los libros. Años más tarde, cuando ya me había convertido en un hombre y era soldado del ejército ruso, tuve que quemar mis propios libros, debido a la advertencia que me hizo un amigo, agente secreto de la KGB. Quemé toda mi biblioteca, con mis propias obras, casi todas inéditas, y sentí un vacío tan enorme que varios días después todavía lloraba.

 

Nada más acabar la 2ª G. Mundial, tuvo lugar la Revolución China de Mao Zedong.

 

 

La Guardia Roja era un ejército de fanáticos comunistas al serviciode Mao Zedong y su famoso Libro Rojo. Pedían una transformación radical de la nación. Junto a ellos, intelectuales y antiguos dirigentes caminaban en procesión portando carteles donde estaban escritas sus fechorías. Mao Zedong puso en marcha la Gran Revolución Cultural Proletaria y se sumaron a la idea millones de personas. Mao quería reducir a los que llamó los Cuatro Viejos: costumbres, hábitos, cultura y pensamiento. Una de sus premisas básicas era: “No existe construcción sin destrucción”. Pronto comenzaron los arrestos domiciliarios y los ataques contra maestros, escritores, artistas y pensadores. En las calles, millones de guardias rojos amedrentaban a la población y sometían por la fuerza a cualquier disidente. Desde 1949, la quema de libros fue un hecho habitual y popular. Fue una etapa de destrucción masiva de obras. Gao Xingjian, ganador del Nobel de Literatura en el 2000, fue enviado a los campos de reeducación y tuvo que quemar una maleta con todos sus textos inéditos. Como él, miles de escritores quedaron confinados o acabaron sus días vejados y olvidados. La ocupación china del Tíbet en 1950 condenó a decenas de escritos a su desaparición definitiva. A partir de 1966, el número de obras aniquiladas era ya alarmante. Más de 6.000 monasterios y más de 100.000 monjes fueron atacados, encerrados, torturados y muchos de ellos asesinados.

El Sudeste Asiático ha sido escenario de verdaderas calamidades.

 

 

1975 fue el Año Cero en Camboya. En la Biblioteca Nacional colgaron un cartel durante algunos meses que decía: “No hay libros. El Gobierno del Pueblo ha triunfado”. En el interior, campesinos y soldados convivían en barracas con cerdos y gallinas. Los jémeres rojos entraron en Phnom Penh y proclamaron la República Democrática de Kampuchea. Un año después, el sanguinario Pol Pot, se había hecho con el poder. Cerró las fronteras, suprimió la moneda y desplazó toda la población a los campos. Vetó cualquier actividad religiosa, educativa y cultural. Todo quedó en manos del Régimen. Desde 1975 hasta 1979, Pol Pot asesinó a casi dos millones de personas y realizó una purga cultural sin precedentes en la historia. Escritores y artistas fueron asesinados al ser considerados inútiles y los libros fueron arrasados sin piedad. Millones de obras fueron pasto de las llamas.

 

  1. LA RABIOSA ACTUALIDAD

 

 

Los últimos cincuenta años de la historia de la Humanidad han sido especialmente dolorosos. A veces, da la impresión de que la civilización avanza al revés. En Chile, a partir de 1973, Pinochet desató una feroz represión que acabó con miles de vidas y de libros. Entre los escritores censurados podemos destacar a García Márquez, Pablo Neruda o Jorge Edwards, por ejemplo. En Vietnam, la guerra (1963-1968) sirvió para perseguir a los sacerdotes budistas, cuyos templos y bibliotecas fueron destruidos. En numerosos países árabes, los líderes condenan libros que no han leído. En África, los odios tribales han conducido a conflictos armados y destrucciones de bibliotecas en países como Angola, Somalia, Namibia, Tanzania, Ruanda, Senegal y muchos más. En la guerra de Nigeria, por poner un ejemplo concreto, entre 1967 y 1970, no hubo una sola biblioteca abierta en todo el país. En Argentina fue célebre la Operación “Claridad” gestada por el general Roberto Viola. Entre los libros que quemaban los militares argentinos estaban El Principito y obras de Marcel Proust, García Márquez, Neruda o Vargas Llosa, por citar sólo algunos casos. Las acciones intimidatorias desembocaron en el arresto indiscriminado de editores, libreros, escritores, bibliotecarios y gente librepensadora. No sólo se destruyeron locales y centros culturales, sino que miles de los apresados desaparecieron para siempre. Los kurdos han sido perseguidos con crueldad tanto por los turcos como por los iraquíes. Las matanzas y las quemas de libros en esa región son habituales. Desde octubre de 1988 han muerto sólo en la capital de Argelia, más de 60 periodistas y escritores. En 1993, Tahar Djaout, escritor y editor de la revista Ruptures dijo: “Si hablas, mueres; si no dices nada, mueres. Así pues, hablaré”. Una semana después fue asesinado. En Cuba, durante el año 1999, cientos de libros donados por el Gobierno español fueron destruidos porque los funcionarios del Ministerio del Interior encontraron 8.000 textos con la Declaración de los Derechos Humanos aprobados por la ONU en 1948. Esta anécdota puso al descubierto una triste realidad: en la Cuba de Fidel Castro se ha perseguido encarnizadamente la disidencia cultural y política y se han hecho cientos de purgas en ambos sentidos. La aniquilación de Palestina a manos de Israel, comenzada en 1967, parece no tener fin. No sólo se destruyen vidas. Se destroza todo lo que tenga que ver con documentos, archivos, libros, cultura y memoria. En junio de 2002 se presentó en la ONU una resolución para detener la aniquilación cultural, pero nadie ha hecho caso. La devastación sigue, aunque ya no hay nada que devastar. La historia de Palestina ha sido completamente arrasada.

En la Guerra de los Balcanes, el ejército serbio ha cometido auténticas aberraciones. La Biblioteca Vijecnica de Sarajevo, por ejemplo, contenía en 1992 varios millones de volúmenes. Todo fue devorado por los obuses que mandó lanzar el general serbio Ratko Mladic, durante 3 días y 3 noches consecutivas, a pesar de que las instalaciones estaban marcadas con banderas azules para indicar su condición de patrimonio cultural. Pero esto no es un hecho aislado. Los serbios han puesto en marcha una política de memoricidio y genocidio más atroz que la de los propios nazis. Los informes del Consejo de Seguridad Europea hablan de una catástrofe cultural europea aterradora.

El caso de Chechenia es sangrante. En 1994, la Biblioteca de Grozny albergaba unos 3 millones de libros, en más de 30 lenguas y un índice de patentes de 800.000 títulos. Todo fue destruido por los rusos. Y lo mismo sucedió con el país entero. La devastación empezó cuando esta región se independizó de la Unión Soviética en 1991. Al principio de esta guerra desigual, había en Chechenia más de 1.000 bibliotecas y más de 11 millones de libros en institutos, archivos o escuelas. En Occidente, esta barbarie, denunciada numerosas veces, sigue sin resolverse, mientras los mercados negros del arte y de los libros están repletos de textos procedentes de esta zona.

Durante el año 2001, en Alamogordo, al sur de Nuevo México, tuvo lugar una anécdota curiosa. Sucedió que una comunidad religiosa hizo una pira con cientos de ejemplares de Harry Potter. Su pastor advertía que este personaje diabólico era inconveniente para los jóvenes porque estimulaba el aprendizaje de sortilegios y hechicerías. El pastor y sus más fanáticos feligreses reconocieron no haber leído nunca un libro de este personaje. Alguno de los presentes, aprovechó las llamas para lanzar al fuego ejemplares de Stephen King y otros autores. En mayo de 2003, cuando se cumplían 70 años del bibliocausto nazi, comenzó la guerra de Irak y lo que sucedió en Bagdad y en su Biblioteca Nacional producía insomnio. Cuando los norteamericanos entraron en la capital, la gente se lanzó a un saqueo espectacular. Los propios iraquíes, después de 10 años de bloqueo económico y una dictadura implacable, se echaron a las calles. Se llevaban hasta las camas de los hospitales. En las tiendas, los comerciantes iban armados con pistolas, fusiles y barras de hierro para defenderse. La gente corría por las calles con todo lo que podía robar hasta en escuelas y archivos: manuscritos, libros, flexos, sillas, estanterías, impresoras, ordenadores… Cuando el edificio de la Biblioteca Nacional sólo contenía libros inútiles para los depredadores, se prendió fuego al edificio. Poco después se destruyó el Archivo Nacional y, a continuación, todo lo que tuviera algo que ver con la cultura. En pocos días, desaparecieron unos 10 millones de documentos y varios millones de libros. La impunidad del pillaje fue absoluta porque los soldados norteamericanos no sólo dejaban hacer sino que participaban en el expolio. El director de la Biblioteca declaró: “No recuerdo semejante barbaridad desde la época de los mongoles”.

Todo Irak es hoy un mercado negro. Bandas organizadas de depredadores recorren Hatra, Isin, Kulal, Jabr, Kujunjik, Larsa, Tel el-Dir-hab… Las joyas literarias o artísticas, entre las que hay tablillas sumerias de casi 6.000 años de antigüedad, son llevadas a Kuwait o Damasco y, de allí, transportadas a Roma, Berlín, Nueva York, Londres, París y a otras urbes del mundo occidental y “desarrollado”.

 

  1. MALDITOS

 

La lista de escritores malditos es interminable. James Joyce, el autor del Ulises, fue un escritor censurado toda su vida en Irlanda. A principios del siglo XX, Óscar Wilde fue condenado por homosexual y sus libros quemados. En 1903, el sabio ruso Mijaíl Mijáilovich Filipov fue asesinado en su laboratorio por la policía secreta del zar Nicolás II y sus manuscritos arrojados a las llamas. D. H. Lawrence sufrió censuras y ataques en Inglaterra por obras como El amante de Lady Chatterly. Muchos bibliotecarios quemaron las obras de Theodor Dreiser (Una tragedia americana, Hermana Carrie). John Steinbeck publicó en 1939 Las uvas de la ira, lo que provocó la “ira” de muchos bibliotecarios que incendiaron la obra en público. En 1953, se publicó la lista negra de escritores cuyos textos no podían estar en bibliotecas de EE.UU. Sus obras eran convertidas en ceniza o pulpa de pasta. Podemos destacar los casos de Howard Fast, Joseph Davies, Lilian Hellman o Dashiell Hammett, entre otros. En el año 1962, Mario Vargas Llosa publicó La ciudad y los perros. Los militares de Perú y Venezuela, alarmados,

quemaron los ejemplares confiscados. En 1997, los bibliotecarios de la Escuela Hertford (Universidad de Oxford) ordenaron la destrucción de 30.000 libros sobre temas homosexuales.

La Iglesia Católica, a través de la Inquisición, había creado el Índice de Libros Prohibidos en 1559. Este catálogo no fue derogado hasta 1966, gracias al Concilio Vaticano II. En el momento de su abolición, el Índice contenía 4.000 títulos “malditos”. Algunos de los autores célebres que formaron parte de esta “lista negra” fueron Alejandro Dumas, Gide, Anatole France, Balzac, Beccaria, Bentham, Berkeley, Camus, Condorcet, Conrad Gessner, Copérnico, Hume, Diderot, Descartes, Erasmo de Rotterdam, Gabriele d´Annunzio, George Sand, Giordano Bruno, Henri Bergson, Sartre, Kant, Kepler, La Fontaine, Marx, Maurice Materlinck, Montesquieu, Nietzsche, Pascal, Rabelais , Schopenhauer, Spinoza, Stendhal, Víctor Hugo, Zola, etcétera, etcétera, etcétera. Durante siglos, en muchos países fue imposible hallar libros de estos autores.

 

  1. WANTED

 

 

En la actualidad forman legión los escritores presos, amenazados, intimidados o perseguidos “a muerte”. Muchos han sido asesinados o han desaparecido en los últimos años. Algunos de los más buscados hoy en día son los siguientes:

  1. Salman Rushdie. Autor de Los versos satánicos, libro vetado en la India, Sudáfrica, Pakistán, Arabia Saudí, Egipto, Somalia, Bangladesh, Sudán, Malasia, Indonesia y Qatar. En Turquía fallecieron 37 personas, quemadas vivas por manifestantes que protestaban contra el traductor al turco. Rushdie se ha convertido en un referente de la persecución religiosa tras la fatwa lanzada por el ayatolá Jomeini. Varios traductores fueron asesinados. El escritor V. S. Naipaul comentó con ironía que el decreto de Jomeini le parecía una forma extremista de hacer crítica literaria.

  2. Anna Politovskaya. Su reconocimiento internacional proviene de sus crónicas sobre la guerra de Chechenia, en las que denunciaba las violaciones de los derechos humanos, y de su libro La Rusia de Putin. La periodista sufrió amenazas y fue asesinada en el ascensor de su casa en 2006. Los matones eran sicarios de Putin. Lydia Cacho, mejicana. Ha escrito Los demonios del Edén, un libro que revela una red de pederastia, pornografía infantil y turismo sexual donde hay políticos, jueces y policías implicados. Hoy vive bajo protección. Fue secuestrada en su casa de Cancún por la policía de Puebla y trasladada ilegalmente a este Estado. La presión de la opinión pública propició su puesta en libertad bajo fianza.

  3. Orhan Pamuk. Premio Nobel, amenazado por relatar el genocidio armenio a manos de los turcos. El escritor contó que “Un millón de armenios y 30.000 kurdos fueron asesinados en estas tierras y nadie, excepto yo, se atreve a hablar del tema”. Pamuk ha conseguido librarse del juicio por la presión internacional pero no ha podido evitar la quema de sus libros, las amenazas de muerte y la presión de grupos radicales.

  4. Talima Nasrim. Nacida en Bangladesh, ha escrito Vergüenza, un libro contra el odio racial que carcome a su país. Por ello es hostigada, perseguida, censurada y amenazada de muerte. El libro narra la intolerancia violenta que ejercen los musulmanes contra los hindúes en Bangladesh y la de los hindúes contra los musulmanes en la India. Esta intransigencia étnica-religiosa es lo que refleja el libro, que es un grito de impotencia ante el odio. Por ser mujer, Talima se ha visto doblemente censurada.

  5. Roberto Saviano. Publicó con 29 años Gomorra, un estudio profundo de la actividad de la Camorra napolitana. Desde entonces vive con escolta policial fija. Saviano dice: “La literatura da miedo. Conecta la barbarie con las cabezas y los corazones de los lectores. Y eso es peligroso. Pueden matarme a mí, pero ya es demasiado tarde para acabar con todos los lectores de mi libro”.

 

  1. CONCLUSIONES

 

 

La humanidad tiende a repetirse: construye y destruye para volver a construir y destruir en una espiral interminable. Los crímenes contra personas, grupos o civilizaciones enteras suelen ir acompañados de una aniquilación de tipo cultural que pretende borrar la memoria del adversario. Matar a un hombre no basta la mayoría de las veces. Es necesario hacer desaparecer su rastro, su pasado, sus vivencias. Las razones son muchas y variadas, pero siempre las mismas: el miedo, la intolerancia, la política, la religión, la moral, el odio. La actual guerra de Irak es un regreso a la barbarie primigenia. Y una demostración de que el hombre no aprende nunca de sus propios errores. Mesopotamia, la cuna de nuestra civilización, el lugar donde nació la escritura, es hoy el escenario del horror, el templo del exterminio. ¿Podría el hombre haber elegido otro horno crematorio más apropiado para incinerar su propia historia?

 

  1. BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

 

 

  1. Báez, Fernando: Historia universal de la destrucción de libros. Ed. Destino.

  2. Becourt, Daniel. Livres condamnés. Livres interdits. 1961.

  3. Bellinghausen, Hermann. La muerte de los libros. Nexos.

  4. Bergier, Jacques. Los libros condenados. Plaza y Janés.

  5. Capaldi, Nicholas. Censura y libertad de expresión. Ed. Libera.

  6. Castillo Gómez, Antonio. Historia de la cultura escrita. Del Próximo Oriente Antiguo a la sociedad informatizada. Ed. Trea.

  7. Cavallo, Guglielmo y Roger Chartier. Historia de la lectura en el mundo occidental. Taurus.

  8. Ceram, C. W. Dioses, tumbas y sabios. Destino.

  9. Dahl, Seven. Historia del libro. Alianza.

  10. Darnton, Robert. Edición y subversión. Fondo de Cultura Económica.

  11. Escolar, Hipólito. Manual de historia del libro. Gredos.

  12. Escolar, Hipólito. Gente del libro: autores, editores y bibliotecarios. Gredos.

  13. Escolar, Hipólito. Historia de las bibliotecas. Ed. Pirámide.

  14. Fernández, Stella Marie. Muerte y Resurrección del libro. Univ. Buenos Aires.

  15. Fromm, Erich. Anatomía de la destructividad humana. Siglo XXI Editores.

  16. Gil, Luis. Censura en el mundo antiguo. Alianza.

  17. Kramer, Samuel Noah. La historia empieza en Sumer. Orbis.

  18. Manguel, Alberto. Una historia de la lectura. Alianza.

  19. Polastron, Lucien. Libros en llamas: Historia de la interminable destrucción de bibliotecas. Fondo de Cultura Económica.

  20. Troconis de Veracoechea, Ermila. Los libros y la Inquisición. Revista Nacional