PUNTO FINAL INACABADO

La poesía de José María Remesal

 

     Punto final inacabado es un poemario breve e intenso. Constituye la puesta de largo de un desconocido valor de la nueva lírica española: José María Remesal, un poeta que, a pesar de su juventud, ya muestra una madurez literaria incontestable.

     El presente poemario se caracteriza desde el punto de vista estilístico por la concisión de sus planteamientos líricos y por la tensión rítmica de los versos. Ambas virtudes encadenan un discurso aderezado con recursos retóricos de muy diversa índole. Nuestro escritor hace alarde desde el primer momento de conocer el terreno que pisa. Juega con las imágenes, con el espacio, con las figuras de pensamiento y con la prosodia con una naturalidad digna del mejor escritor.

     Mientras leemos los poemas de Remesal, nos vienen a la mente las palabras de Aristóteles: “La poesía es más profunda y filosófica que la historia”. En efecto, la afirmación del pensador griego cobra una gran actualidad en estos versos. Tal evidencia se pone de manifiesto desde el comienzo de la andadura lírica, con el título, recorre las páginas del volumen, composición tras composición, y llega hasta el verso último de los que conforman el conjunto.

     Remesal presenta el poemario con una justificación inicial en prosa en la que nos asegura que él recurre a la poesía, obsesionado por esa “búsqueda del yo correcto (de tantos que forman mi persona”. Es decir, el autor escribe para conocerse a sí mismo, para encontrar el verdadero yo, la esencia misma de su ser auténtico. Y en esa lucha que entabla consigo mismo para entenderse y entender el mundo que lo rodea, confiesa sin pudor que siente “desasosiego y confusión”. Como le ocurre a todos aquellos que bucean en las tinieblas del conocimiento.

    Podríamos decir sin temor a equivocarnos que Remesal se siente lastimado por las tres heridas de Miguel Hernández: el amor, la vida y la muerte. Con semejante impedimenta, nuestro poeta indaga en el significado de cuanto le rodea. Las composiciones de tema amoroso sobresalen a lo largo del poemario. “Me observo desde tu alma”, nos dice, sobrecogido por la emoción de saberse correspondido. El amor todo lo vence y gracias a él soportamos dignamente el tedio existencial. Esa emoción amorosa que justifica el vivir alcanza en el poemario momentos de verdadera intensidad espiritual: “En ti brilla mi todo, lo confieso”.

     La vida es la segunda herida de Remesal. En palabras de Garcilaso de la Vega, “el dolorido sentir”; el interrogante eterno sobre el sentido de la existencia. Y como no podía se de otro modo, el poeta siente en su alma el terrible paso del tiempo. Porque todo avanza hacia su propia extinción: nosotros y aquello que amamos. “Mientras se extingue el tiempo con nosotros”, exclama al final de uno de sus más dramáticos poemas. El gran reloj se convierte en nuestro verdugo porque “Somos esclavos débiles del tiempo”. En esa búsqueda de respuestas imposibles, Remesal se cuestiona todo lo que atañe al ser humano, bucea en su interior, en los demás, en las cosas cotidianas. Su búsqueda es un grito silencioso porque sabe que el hombre, desde el principio de los tiempos, está condenado a la derrota. “Siempre perdemos más de lo encontrado / y nunca encontraremos lo perdido”. En nuestro poeta late la angustia vital de uno de sus maestros, Francisco de Quevedo, a quien rinde un callado homenaje en alguno de sus poemas: “Vivir es caminar hacia las sombras”, nos asegura el joven escritor, recordándonos el magnífico soneto quevediano que nos decía aquello de “vivir es caminar breve jornada”.

    En conexión con lo anterior (el amor y la vida), nos encontramos con la tercera herida: la muerte. La sombra que nos acecha en esta aventura de existir sobre la tierra. En efecto, así ocurre. Estamos abandonados, zozobrando en “el oscuro meollo del vivir” porque “la vida es una muerte permanente”. Otra vez el inmortal Quevedo.

      Entre tanto se desangra el poeta, con las tres heridas abiertas, las preguntas siguen fluyendo, verso a verso. La búsqueda de la verdad se torna angustiosa: “En muchas ocasiones me busco y no me encuentro”. La mirada inteligente y sensible se vuelve hacia todo lo que forma el mundo conocido. Y el poeta analiza, examina, siente y sufre, navegando a la deriva a través del “desértico océano que forma mi persona”. Y para encontrarse o reconocerse en esa travesía, Remesal urde alegorías, trampas poéticas, acrósticos, retruécanos, paradojas, conexiones con los clásicos, en una lucha total y definitiva con la palabra. Remesal actualiza a Antonio Machado (“Los caminos se cruzan y entrecruzan, / atraviesan los puentes del olvido”), a Baltasar Gracián (“La mayor perfección: / la sencillez”), a Jorge Luis Borges (“Es cierto que la vida son caminos / bifurcándose”) o a Bécquer (“La luna riela”), entre otros. Porque la escritura es para José María Remesal un continuo conversar con los maestros, un permanente diálogo con aquellos individuos que nos precedieron en el viaje de la existencia. O si se prefiere, un monólogo del alma atormentada.

     El tiempo (siempre el tiempo) dará a cada cual lo suyo. Y entre los poetas venideros, no lo dudemos, hay un sitio reservado para este joven escritor que ahora empieza a caminar por los intrincados laberintos de la literatura, desnudo de equipaje, los ojos puestos en el horizonte, el pulso firme, la decisión tomada. Un poeta aún por hacer, pero con un dominio de las estructuras métricas y de los recursos retóricos verdaderamente notable. Un escritor cuyas incertidumbres, gozos y tristezas fluyen y fluyen sobre el papel “como una lluvia eterna / inundando mis versos”.

Lorca, Murcia

2011

J. R. Barat

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