Atrapado en el tiempo
sosegado del ámbar,
vida sin vida, late
tu corazón de piedra transparente.
Silencioso juglar,
vuela la nervadura de tus alas
en la ciega quietud del paranunca,
y en el asombro inútil de tu gesto
asoma el desenlace de una épica triste
de la que eres heraldo
aun a pesar de ti.
Hoy te miran mis ojos
desde la balaustrada de los siglos
con piedad absoluta,
insecto mineral
en quien me reconozco.