PILAR VERDÚ, PERSONAJE DE NOVELA
Presentación de Axis Mundi
SGAE de Valencia (01-10-14)
J. R. Barat
Como saben algunos de los presentes, me dedico a la literatura. No sólo soy profesor, sino que además escribo. Sí, escribo sonetos, dramas, fábulas, novelas históricas, intrigas, sátiras, elegías… Escribo para adultos y para jóvenes, con la derecha y con la izquierda, sentado o de pie, en ayunas o después de la merienda. Escribo.
Busco en periódicos, rastreo en Internet, escucho a la gente, oigo comentarios, chismes, veo la televisión… En cualquier parte puedo tropezarme con un maravilloso argumento, con una trama original, con una historia jamás contada, con un personaje entrañable. Eso es: con un personaje entrañable en busca de autor.
Pues bien, eso es lo que me ocurrió no hace mucho. No sé dónde escuché el caso de una joven que acababa de conseguir cierta hazaña literaria en tierras sorianas. He dicho bien: tierras sorianas. Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer, Gerardo Diego, Dionisio Ridruejo… El prestigio literario de Soria es indiscutible y quise ver en la mencionada hazaña una señal divina. Busqué información y di con Pilar Verdú. Analicé el perfil psicológico de la mencionada Verdú y enseguida saltaron las alarmas: ante mí tenía un auténtico personaje de novela. Siempre me han gustado los protagonistas femeninos: Madame Bovary, Ana Karenina, La Regenta, Pepita Jiménez, Marianela, Lolita, Matilda, Pilar Verdú… ¿por qué no?
Es decir, tenía ante mí a la posible protagonista de mi próxima obra narrativa. Es cosa habitual que los escritores simulen complicidades con sus personajes. Tal hizo Miguel de Cervantes con Cide Hamete Benengeli, supuesto autor del manuscrito original que dio pie a su inmortal obra. Tal hizo también Miguel de Unamuno con Víctor Goti, alter ego agónico en la novela o nivola Niebla. Así pues, ni corto ni perezoso le escribí una carta a mi imaginario personaje, pidiéndole información acerca de su identidad. Una carta de ficción, se entiende. Un simple guiño literario. Lógicamente no envié la misiva a nadie. La guardé en el cajón del escritorio. Alguien podría llamarlo esbozo, esquema inicial, anotaciones previas… Pero cuál sería mi sorpresa cuando a los dos días, al abrir el buzón, me encontré con una carta sin remitente. La abrí con cierto temor (siempre me han causado desasosiego las cartas anónimas) y leí estupefacto lo que a continuación les traslado yo a ustedes:
Estimado escritor, J. R. Barat. Pues vuesa merced escribe se le escriba y se le relate muy por extenso lo concerniente a mi persona, y pareciéndome lo más correcto no tomar mi historia por el medio, sino por el principio, porque se tenga entera noticia, ahí van algunas confidencias que le hago llegar por el respeto que vuesa merced merece y que le darán cumplida información sobre lo que ha menester.
Sepa vuesa merced que mi nombre completo es Pilar Verdú del Campo, que vine al mundo en la ciudad de Sevilla, no diré cuándo por recato femenino, la cuarta de cuatro hermanos, y que mis padres siempre fueron cristianos viejos y cumplidores de la ley de Dios.
Por azares del destino, mi familia se trasladó a Valencia cuando yo todavía jugaba a la rayuela. No tardé en quedarme prendada de este azul mediterráneo, del olor de los azahares, del mar, de la horchata, de la paella y de esta ciudad entrañable, donde el arte, la música, la literatura y la historia han escrito siempre, y siguen escribiendo, páginas memorables para la humanidad.
Pronto me aficioné a los libros y fui una niña aplicada y estudiosa. Cursé la carrera de Filología Hispánica con más gloria que pena (disculpe vuesa merced el complemento circunstancial de vanidad) y obtuve el diploma de Estudios Avanzados con un trabajo de investigación sobre la escritora brasileña Clarice Lispector. Sí. Yo puedo atestiguarlo. En Brasil, además de futbolistas y bailaores de samba también hay buenos escritores. En la actualidad ejerzo la profesión docente en el instituto María Moliner del Puerto de Sagunto.
Aseguro a vuesa merced que trato de inculcar a mis alumnos el amor por las letras, el aprecio por la ortografía, la inclinación por el saber, pero los jóvenes a los que pretendo ilustrar son díscolos y réprobos, por lo que la tarea del enderezamiento académico cuesta mil fatigas y sinsabores.
Además de mi labor docente (áspera y desapacible tarea donde las haya), suelo colaborar en algunos medios de comunicación con poemas, reseñas o críticas literarias. Puede vuesa merced seguir mi rastro en la Revista Turia, en Tierra de Nadie o en una antología titulada Poemario… También hallará noticia sobre mis andanzas literarias en diversos actos a lo largo y ancho de la geografía española, y que se resumen en ponencias, lecturas, conferencias, recitales, presentaciones de libros y talleres de escritura.
Reconozco también mi pertenencia a diversas congregaciones literarias. Pero le manifiesto a vuesa merced que nuestras intenciones son absolutamente inofensivas. Mi nombre figura, pues, entre los integrantes de asociaciones como Concilyarte o Polimnia 222. Mis compañeros de congregación y yo solemos perpetrar eventos culturales de diversa índole. No me duele reconocer que pretendemos cambiar el mundo a golpe de endecasílabos y de retruécanos. Otra tarea ímproba.
Toda esta laboriosidad ha desembocado en la aparición de un poemario, que he titulado Axis mundi y del cual me declaro autora en primer grado. En un arrebato de enajenación mental, lo envié al XXIX Premio Gerardo Diego, certamen que convocaba la Diputación Provincial de Soria, el año pasado, y cuál no sería mi sorpresa al recibir la noticia de que los integrantes del Tribunal Literario habían decidido otorgar a mis poemas el máximo galardón. Un galardón que había obtenido unos pocos años antes mi buena amiga Elena Escribano. Lo supe después: Axis mundi había tenido que competir con otros 124 poemarios procedentes de países como Alemania, Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, Estados Unidos, El Salvador, España, Francia, Italia, Méjico, Perú, Portugal y República Dominicana.
Sí. Axis mundi es mi opera prima, pero puedo prometer y prometo que la cosa no va a quedar en agua de borrajas. Pienso seguir urdiendo versos hasta que la muerte nos separa. A los versos y a mí. Sobre todo, después de escuchar las palabras que los miembros del jurado soriano han emitido sobre mi primer libro. Palabras que me llenan de orgullo y satisfacción.
El presidente del jurado, José Carlos Mainer, historiador, crítico y doctor en literatura, catedrático de la Universidad de Zaragoza, tal vez una de las voces más autorizadas para hablar de poesía contemporánea, ha calificado mi libro de “excelente” y “exigente”.
Por su parte, doña Emma Rodríguez, articulista cultural de Ya, Diario 16, Quimera, Qué Leer, Delibros y El Mundo, y directora de la revista literaria Lecturas Sumegidas, ha destacado la “emoción contenida” que le provocan mis poemas.
Por último, el poeta, escritor y periodista don Carlos Aganzo, director del diario El Norte de Castilla, ha querido poner de manifiesto que mi libro es “absolutamente contemporáneo, de nuestro tiempo, y con una poesía que continúa con la gran tradición poética española”.
Pero como vuesa merced sabrá, la gente española es muy dada a las habladurías y a los rumores. ¿Qué dirá, señor escritor, que ha comentado el vulgo sobre mis versos? El pudor me impide reproducir los elogios vertidos sobre ellos. No obstante, le contaré algún chascarrillo. El crítico Jorge de Arco, en Andalucía Información, dice que mi poesía es simbólica y se ancla en la conexión entre el cielo y la tierra, lo cual evoca el centro neurálgico de cualquier microcosmos. Dice también De Arco que mis palabras fluyen plenas de una personalísima conciencia lírica. Y añade que yo indago en la esencia misma de los territorios que nos brinda la Naturaleza y de los sentimientos que nos anudan a la realidad. Afirma por último que he pergeñado un poemario de profundas y fértiles raíces, expresado con un “lenguaje de impronta femenina”. Yo le aseguro a vuesa merced que no soy consciente de todo ello. Me declaro inocente. Y en todo caso, afirmo que he escrito lo que he escrito sin saber muy bien lo que escribía.
Vuesa merced habrá observado que lo hasta aquí relatado pertenece al ámbito exclusivamente literario. Pero tal vez esté deseoso de escuchar noticias acerca de mi conducta diaria, de mis tribulaciones cotidianas, habida cuenta de que en su ánimo anida el deseo de convertirme en personaje de novela. ¿Qué podría decir de mí? ¿Qué miserias o riquezas espirituales hay en mi alma, que pueden despertar en vuesa merced el interés por mi persona?
Le haré una confesión: soy una persona sencilla. Por ejemplo, si pudiera reencarnarme en una planta, me gustaría convertirme en trigo. Trigo candeal. Por su color dorado. Porque es un cereal que sirve para preparar el pan, tan humilde como necesario. Y si pudiera reencarnarme en un animal, jamás sería una cucaracha. Las odio. Posiblemente, fuera un salmón, porque es un pez que remonta y remonta y remonta. Y sigue remontando, hasta el final de sus días. Ya habrá advertido, con esta metáfora, que no me doy por vencida fácilmente.
Si las palabras fueran a bordo de un barco y sufrieran un naufragio, haría lo imposible por salvar la palabra “luz”.
Si fuera una flor no sería una rosa, a pesar de su alto valor simbólico y lírico. No. No sería la rosa de Juan Ramón Jiménez, ni la rosa de Garcilaso, ni la rosa de Ronsard… Seguramente, sería una gerbera, una simple gerbera, porque es discreta y alegre.
Si fuera un árbol… no sería un ciprés de Silos, ni una higuera de Orihuela, ni un naranjo valenciano, ni un limonero que madura en un patio de Sevilla… Sería simplemente un jacarandá. Majestuoso, bello, generoso y acaso frágil.
Sí, así es como yo me veo, señor Barat. Pero sospecho que vuesa merced no se va a conformar con una información tan sucinta y nimia: trigo, luz, salmón, gerbera, jacarandá… Que a nada conduce. Así que trataré de revelarle lo que se oculta en lo más profundo de mi alma.
Cierre los ojos y viaje conmigo al fondo de mis sueños.
Yo, Pilar Verdú del Campo, mayor de edad, casada con Eduardo Navarro y madre de un niño llamado Carlos, me declaro cautiva de la literatura. Cautiva y desarmada ante la belleza literaria. Si tuviera que llevarme un libro de poesía a la tumba, me llevaría la poesía completa de Luis Rosales. Odio a Rafael Sánchez Ferlosio por haber escrito el libro que a mí me hubiera gustado escribir, las Industrias y andanzas de Alfanhuí, un libro completamente prodigioso. El día que me muera no quiero llantos porque la muerte hay que mirarla cara a cara. Quiero que alguien coja una trompeta y haga sonar Summertime, de George Gerhswin, la balada más bella, sensual y dura que he conocido. Además, es una nana y un canto de esperanza. Algo bello. Sí, porque la belleza existe. Es la piel de gallina. El temblor. A veces, incluso, una sensación física. No me siento cazadora. En absoluto. Soy una mujer recolectora. Creo que la única forma de enderezar el mundo es educando a los niños en la empatía, en la capacidad crítica, en el sentido de la justicia. Sí. Lo que dijo Pitágoras: “Eduquemos a los niños de hoy para no castigar a los hombres de mañana”. Es una tarea colosal. Creo que las personas debemos decirnos más a menudo que nos queremos. Tengo miedo de que llegue el día del último viaje y esté al partir la nave que nunca ha de tornar y no haberle dicho a la gente que quiero cuánto la quiero. También creo que los científicos que todo lo investigan deberían inventar una píldora para curar el egoísmo y la soberbia, de ese modo el mundo sería un poco mejor. Y si pudiera eliminar un color, eliminaría el color negro, que es el color del dinero, por desgracia. El día que estire la pata, me gustaría que dijeran de mí que fui buena gente (como el trigo), alegre (como la gerbera), emprendedora (como el salmón), que transmitía alegría y paz (como el jacarandá), que me gustaban todos los colores (menos el negro, porque es el color del dinero). Bueno, si pudiera pedir un último deseo antes de largarme con viento fresco a la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y oscura, a la casa donde nunca se come ni se bebe, quisiera ver por última vez El mago de Oz, en la versión de Víctor Fleming, protagonizada por Judy Garland, y escuchar Over the rainbow mientras mis ojos se cierran para siempre.
Sí. Lo confieso. Lo confieso públicamente. Estoy enamorada de la belleza en estado puro. Estoy enamorada de Mozart, de Gandhi, de Lorca, de Cervantes, de Chagall, de Magritte…
No soy capaz de guardar rencor a nadie. Me gusta mucho la palabra concordia. El rencor es una brasa que quema a quien lo sostiene. La concordia, en cambio, nos salva de nosotros mismos. El mundo sigue siendo, a pesar de que los telediarios se empeñan en desmentirlo día tras día, un lugar hermoso y habitable. Sin embargo, interpreto las desgracias climatológicas como un quejido de la Tierra por lo mal que los seres humanos la tratamos. Sí. Existen el bien y el mal. Y son reconocibles por el alivio o el dolor que causan. Soy de los que prefieren ver siempre la botella medio llena. El optimismo es la mejor medicina para afrontar el día a día. El mundo se arreglaría si todos pensáramos en los demás. Esa puede ser una buena enseñanza para mi hijo Carlos: “piensa en los demás, sin dejar de ser fiel a ti mismo”.
Así que ya ve, señor escritor. En el fondo, soy completamente inofensiva. Tengo algunas manías, como todo el mundo. Por ejemplo, antes de salir de casa tengo que beber un vaso de agua, aunque no tenga sed. Es por si acaso. ¿Otra manía? A ver, déjeme pensar… Ah, sí. Guardo todos los papeles que caen en mis manos. Y los que no caen también. Tengo mis defectos, como todo el mundo. Le confesaré uno: soy muy desordenada. Sí, sí. Mi madre ya me lo decía de pequeña, pero qué quiere. Una es como es. Sin embargo, también tengo alguna que otra virtud. Soy perseverante. A mí siempre me gustó eso de que el que la sigue y la persigue al final la consigue. Recuerde que le dije que no me importaría ser salmón. Si no hubiera sido profesora, habría sido… a ver, déjeme pensar…, sí, ya lo tengo: Cuentacuentos. Me chifla eso de contar cuentos, leer poemas en voz alta, inventar historias. Y si no se lo cree, pregúntele a mi hijo Carlos. Menudas sesiones nos pegamos los dos. Como ama de casa necesito mejorar. Voy a ver si me apunto a algún curso por correspondencia. Sinceramente, soy un desastre, para qué negarlo. Pero lo peor no es eso. Lo peor es lo de arreglar enchufes y colgar lámparas. Menos mal que mi marido, Eduardo, ya le hablé de él, es un santo varón y sirve para todo, como las navajas multiusos. De la política, usted me dispensará. No quiero hablar. Los políticos han conseguido cansarme con sus mentiras y sus trapacerías. Creo que la gran mayoría son dignos herederos del Lazarillo de Tormes.
Y llegados a este punto, permítame vuesa merced poner el punto final a este tosco autorretrato, plagado de licencias e inexactitudes, con el que he pretendido dar cumplida respuesta a su demanda literaria. Ya dije que deseo ser discreta cual gerbera y pláceme no abusar de su natural condescendencia.
Dios guarde a vuesa merced muchos años. Su segura y atenta servidora. Sin otro particular. Aprovecho la ocasión para testimoniarle mi respeto. Etc, etc, etc.