Carmen es una mujer casada, con dos hijos. Su marido no está nunca en casa. Se pasa la vida trabajando, en reuniones de la empresa, en cenas de negocios y suele regresar a las tantas de la madrugada. Los fines de semana tiene por costumbre marcharse a cazar con los amigos o acudir a ciertos actos sociales y empresariales a los que no puede renunciar. Los hijos tampoco están nunca en casa. José Carlos y María Elena están en esa edad en que los jóvenes ya son casi adultos y andan ocupados en sus asuntos personales.
Carmen se siente completamente sola. Sus sueños de soltera, su noviazgo, su matrimonio, la llegada de los hijos… Su mundo de color de rosa se ha ido ennegreciendo con los años y en la actualidad su vida está vacía. No sabe cómo salir de su depresión. Todo le parece absurdo y sin sentido. Y lo peor es que está convencida de que su existencia no le importa a nadie.
Su vecina, Antonia, se encuentra en una situación similar. Ambas amigas se reúnen todos los días para contarse sus penas, jugar a la baraja, ver la tele juntas o criticar a sus maridos y a la sociedad en general. A las dos las une una vieja amistad, aunque también tienen sus puntos de vista diferentes en algunos asuntos. Cansadas de su vida estúpida, las dos amigas deciden suicidarse juntas. Pero del dicho al hecho hay un trecho.
Esta historia está contada con ironía y amargura al mismo tiempo. La obra rezuma un humor ácido, corrosivo, que deja al descubierto la soledad a la que se ven sometidas miles de mujeres que vieron cómo su vida se fue vaciando de contenido hasta lo insoportable.
Con todo, el espectador pasará un buen rato porque los diálogos y las escenas mueven a risa y compasión al mismo tiempo.