La Cofradía de la Luna Roja

-¡Hemos heredado la casa de mis abuelos en Azanca! A mi madre se le cayó la figura de porcelana. Era una pagoda china. Se hizo añicos al estrellarse contra el suelo. Estoy seguro de que ni con toda la cola del mundo mi madre sería capaz de recomponerla. Por fin reaccionó. Se acercó hasta mi padre, que ni siquiera había hecho caso de la pagoda china rota en mil pedazos. -¿Qué dices, Carlos? -Lo que oyes, Isabel. La casa de mis antepasados, la del pueblo. Mi madre se quedó unos segundos sin saber cómo seguir la conversación. No hizo falta porque mi padre continuó hablando, cada vez más alto, como si fuera un comentarista de fútbol, animándose con sus propias palabras. Ya ni recordaba la última vez que lo había visto tan excitado. Creo que fue cuando el Rayo Vallecano, su equipo de toda la vida, ganó un partido muy difícil en la prórroga contra el Real Madrid o el Atlético de Madrid, no me acuerdo bien. -¿Pero esa casa…? –balbuceó mi madre, como regresando de un viaje astral-… Esa casa… ¿no lleva cerrada medio siglo? Mi padre sonrió un poco forzado, como queriendo quitar importancia a lo que iba a decir a continuación. -Bueno, un poco más… Sesenta o setenta años…A lo mejor, ochenta. Mi madre se dejó caer en el sofá. -¿Y cómo es que hemos heredado ese caserón en ruinas? –preguntó subrayando la expresión “caserón en ruinas”. Si nunca hemos estado en ese pueblo que… ¿cómo has dicho que se llama? -Azanca. -Eso. No sabemos ni dónde está. -En Cuenca. Mi hermano Santi y yo seguíamos la conversación entre mis padres como dos espectadores de tenis. -¿Te acuerdas de que hace cuatro meses murió mi abuelo Diego? -Claro. Llevabas sin verlo un montón de años. -Bueno. Eso ahora no viene a cuento. Mi abuelo Diego siempre fue un hombre raro y solitario. Estaba en una residencia y no quería que nadie fuera a visitarlo. La última vez que estuve allí ni me reconoció. ¿Sabes lo que me dijo? Mi madre se quedó mirando a papá sin mover un músculo de su cara. 2

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