La Cofradía de la Luna Roja

1 LA CARTA Me llamo Alba y esto que voy a contar es la historia más extraña del mundo. Mi historia. Sí. Me ha sucedido a mí y aunque asegure y vuelva a asegurar que es un caso real sé que habrá mucha gente incrédula, de esa que desconfía de todo lo que cuentan los demás. Habrá quienes piensen que lo que voy a relatar es fruto de la imaginación desbordante de una niña de doce años, que debería estar ocupada en sus tareas escolares o tocando el piano, para hacer algo de provecho. Todo comenzó cuando papá recibió una carta. Recuerdo que era un viernes lluvioso, a mediados de febrero. Se sentó en la butaca que tiene junto al ventanal del comedor, la que usa para leer y para dormitar cuando mi madre, Santi y yo nos quedamos viendo una peli los sábados o los domingos por la tarde. También recuerdo que yo estaba haciendo ejercicios de matemáticas y que mi hermano se esforzaba por aprenderse de memoria los nombres de un montón de animales en inglés. Se acercaba el final de la segunda evaluación y los dos teníamos exámenes por un tubo. Mi madre intentaba arreglar con un bote de cola una figura de porcelana rota. Estábamos en silencio, como una familia feliz, concentrado cada uno en lo suyo, cuando de repente mi padre se levantó del sofá y soltó una exclamación de lo más inusual. -¡Rayos y centellas! Eso dijo. Sí. Lo recuerdo perfectamente porque yo no sé lo que son las centellas y me puse alerta. Me sucede siempre que oigo una palabra que desconozco. O voy al diccionario a buscarla o se lo pregunto directamente a mi madre. -Mamá, ¿qué son las centellas? Mi madre ni siquiera me miró. Tampoco respondió nada. Se había quedado como una estatua, la pieza de porcelana en la mano derecha, el bote de cola en la izquierda, un poco de perfil, sin dejar de contemplar a mi padre. Parecía una imagen congelada en el vídeo. -¿Qué sucede? –dijo al cabo de unos segundos. Mi padre fue hasta el centro del comedor con la carta en la mano. Blandía el papel como si fuera un trofeo o una bandera. Santi también dejó de mirar el libro de inglés. Se ajustó las gafas y desvió los ojos hacia mi padre. -¡Hemos heredado una casa! La exclamación de mi padre desató un oleaje de ceños fruncidos. 1

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